Sobre El Parnasillo

El cine oriental, un perfecto desconocido hasta hace bien poco en Occidente, vive ahora un período de esplendor. Unos años atrás sólo se oía hablar muy rara vez de Akira Kurosawa y, en círculos más reducidos, de Yasujiro Ozu o Kenji Mizoguchi. Del cine chino, por ejemplo, nada se sabía. Bien al contrario, ahora copa buena parte de la atención de la crítica especializada e incluso del público, al que se tiene por profano. El tirón del cine chino se debe al oficio de directores de la talla de Zhang Yimou, que en películas como ‘Sorgo rojo’ y ‘La linterna roja’ causó una admiración generalizada y, ya de paso, presentó al mundo a la bella Gong Li. Casi al mismo tiempo, su compatriota Chen Kaige deslumbraba al Festival de Cannes con ‘Adiós a mi concubina’, premiada con la Palma de Oro. A Wong Kar-wai le ha costado más trabajo que los espectadores europeos pronuncien su nombre, pero tras asombrar con ‘In the mood for love’ y ‘2046’ ya no pueden quitárselo de la boca.
Es bien sabido que la segunda es una
continuación de la primera, y que la rodó al
mismo tiempo. Lo que se suele desconocer es que ambas se enmarcan
en una trilogía que Wong Kar-wai inició en 1990
con ‘Days of Being Wild’.
Las tres tienen como protagonista a Su Li -Zhen, interpretada
por la exquisita y etérea Maggie
Cheung, musa del director. Ella es el fantasma que
persigue Chow Mo-Wan en su frustrante búsqueda del
eterno femenino. Aunque
aquí el protagonista es Yuddi (Leslie Cheung),
un galán tan frío e hiriente como el personaje
que Tony Leung encarna en
‘2046’, Mo-Wan ya se deja ver, acicalándose
frente a un espejo, en los últimos planos. También
aparece Mimi/Lulú, el personaje de Carina Lau
que volverá a mostrarse en el epílogo de la
trilogía. Los recuerdos en forma de mujeres asedian
al escritor de relatos eróticos y futuristas, pues,
como dice Yuddi:
La
mujer que más hemos amado es aquélla que desfila
ante nuestros ojos en el instante previo a la muerte.
Tampoco es casual que la habitación del hotel de Filipinas en que se hospeda lleve un letrero con el número 204. La pregunta es inevitable: ¿qué se hizo del 6?
‘Days of Being Wild’, ‘In the mood for love’ y ‘2046’ son tres momentos de una misma historia, como imágenes capturadas desde diferentes ángulos. En ellas se palpan las obsesiones de su director: la ciudad de Hong Kong, los años 60 y los boleros, ingredientes todos ellos que marcaron su etapa de juventud. En esta película se oyen por vez primera los sones de ‘Perfidia’ en la versión instrumental de Xavier Cugat que el cineasta volvería a utilizar en ‘2046’. También tiene una gran presencia ‘Solamente una vez’, tan ligada al argumento. Wong Kar-wai es un enamorado de la música latina, que las bandas filipinas introdujeron en Hong Kong en esa misma época. De este modo, era habitual escuchar boleros, mambo y chachachá en los clubes, restaurantes y en las emisoras de radio, y en ese ambiente nació y se formó, de suerte que todos sus recuerdos, los recuerdos de “nuestros años salvajes”, tienen ese origen. Así pues, no es de extrañar que Filipinas sea para él como una especie de País de Nunca Jamás en el que se sumerge cada vez que evoca sus recuerdos de juventud.
Los relojes son una presencia constante
en ‘Days of Being Wild’, en un claro simbolismo
del paso del tiempo, del fútil intento por retener
la sombra de un amor efímero y nunca colmado, del tempus
fugit en su vertiente más dolorosa. La
felicidad inaprensible se desliza entre los dedos como el
agua del monzón que no da tregua a los ateridos personajes,
y ni siquiera el ralentí de la cámara puede
consolarles en su incurable soledad. En las películas
de Wong Kar-wai el amor se escribe de derecha a izquierda
y se conjuga en tiempo pasado. Ésa es la razón
de que abunden los flashbacks. Sus personajes se obstinan
en perseguir y dar alcance a su propia sombra, que es la sombra
de un amor fantasmagórico, pero al girarse pierden
de vista su halo de esperanza. Es como el perro que se da
la vuelta para morder su propia cola con el baldío
y rabioso propósito capturar esa ilusión que
apenas ha logrado entrever.
La narración salta de un personaje a otro sin aparente ilación, en una técnica narrativa descentralizada que el autor toma prestada de la literatura sudamericana –fundamentalmente de García Márquez y de Manuel Puig– y de la ópera. No en balde, ‘2046’ iba a ser concebida inicialmente como una historia dividida en tres actos, correspondientes a tres óperas: ‘Madame Butterfly’, ‘Carmen’ y ‘Tannhäuser’ –Wagner la enlaza directamente con ‘Blade Runner’, con la que tanto tiene en común–. La repetición de motivos y de personajes que aparecen y desaparecen, a la manera del leitmotiv de una ópera, es lo que hace tan singular la narrativa de las películas de Wong Kar-wai, que, en cierto modo, están inconclusas y que se definen en la sala de montaje. Sólo así se entiende que su director trabaje sin un guión cerrado, dando un amplio margen a la improvisación y a la inspiración, de naturaleza tan volátil y huidiza como el amor. Por supuesto, esto conlleva una serie de riesgos, como los rodajes aplazados sine die, que no todos los productores están dispuestos a asumir.
‘Days of Being Wild’ fue la primera colaboración del director de fotografía Christopher Doyle con Wong Kar-wai. Desde entonces no se han separado. Doyle es capaz de materializar los sueños del director nacido en Shangai. Se recrea en los movimientos felinos de las estilizadas actrices que pasan ante su cámara, ya sea Maggie Cheung, Carina Lau o Zhang Ziyi. Le gusta situarla a ras de suelo, o de tatami, como hacía Yasujiro Ozu. Así consigue unos magníficos teleobjetivos o aumentar la profundidad de campo, según le interese. También le sirve para inclinar el plano agudizando la sensación de vértigo y el dramatismo. Sus encuadres están perfectamente planificados y en el montaje destacan los primeros planos que resaltan las expresiones faciales o los zapatos de tacón.
En
‘Days of Being Wild’ también aletea el
eco adormecido de ‘As tears go by’,
la ópera prima de Wong Kar-wai, que reverbera en las
secuencias más violentas. Toda la película está
tamizada por un filtro verde, el verde de la frondosa y exuberante
vegetación filipina que acompaña a Yuddi en
su acezante búsqueda de sus raíces. La poesía
de ‘Days of Being Wild’ está encerrada
tras los barrotes de la metáfora del pájaro
sin patas que duerme en el aire y que cuando se posa es para
morir. Para Wong Kar-wai el amor es tan escurridizo como un
colibrí: imposible de aprehender, imposible de enjaular.
Óscar Bartolomé