Juego de Tronos (Game of Thrones), serie basada en la saga literaria 'Canción de hielo y fuego' de George R. R. Martin
Sé que a algunos les sonará a blasfemia, pero lo confieso: no he leído ‘Juego de Tronos’ ni ninguna otra de las novelas que componen la saga ‘Canción de hielo y fuego’ creada por George R. R. Martin. Sinceramente, estimo que no tienen la calidad que yo exijo a una obra literaria. Ello no es óbice, empero, para que disfrute enormemente de la serie de la HBO. Parece una contradicción, lo sé, pero para mí no lo es. Literatura y cine (o, en el caso que nos concierne, series de televisión) son medios muy distintos para contar historias, cada uno con sus particularidades, con su tempo y su propia narrativa, y una adaptación televisiva no tiene por qué imitar a la novela en la que se basa.
Dicho esto, puede que, desde un punto de vista estrictamente literario, ‘Canción de hielo y fuego’ no sea una obra maestra, pero nadie le negará, y desde luego no seré yo quien lo haga, que se trata de un universo fantástico poblado por una galería de personajes de lo más variopintos. Los guionistas David Benioff y D.B. Weiss aceptaron el reto, no exento de dificultad, de adaptar a la televisión por cable la épica saga de George R. R. Martin, y a mi juicio lo están haciendo con notable éxito. Los índices de audiencia son cada vez más altos (acorde a los costes de producción), y la crítica y el público lo avalan, aunque hasta ahora no se haya alzado con ningún gran premio (otras series como ‘Mad Men’ o ‘Breaking Bad’ se han impuesto año tras año, y es que la fantasía medieval no goza, en general, de buena prensa).
No hace falta ser muy avispado para encontrar las influencias de George R. R. Martin en ‘El Señor de los Anillos’, de J. R. R. Tolkien (hasta en las siglas del nombre se parecen), pero hay que reconocer que ‘Juego de Tronos’ está pensado para un público más adulto. Los únicos seres fantásticos de Westeros son los dragones y los caminantes blancos, a los que podríamos añadir los huargos y la brujería de la hechicera roja Melisandre (Carice van Houten). Aquí no hay elfos, orcos o enanos (bueno, sí, hay un enano, pero no como aquéllos).
Quizá lo primero que llama la atención de ‘Juego de Tronos’ son sus créditos iniciales, una auténtica obra de arte. La música, de Ramin Djawadi, no lo es menos. La popularidad que ha alcanzado en este tiempo es tan grande que ya se han hecho sobre ella infinidad de versiones. Un detalle que me gusta de estos créditos, además, es que en cada temporada se nos enseñan nuevos reinos del mapa, como Rocadragón, la fortaleza de Stannis Baratheon, o Astapor y Yunkai, las ciudades de esclavos liberadas por Daenerys Stormborn. Otra curiosidad es que al lado del nombre de los actores aparece el blasón o emblema de la Casa a la que representan (el lobo de los Stark, el león de los Lannister, el ciervo de los Baratheon y el dragón de los Targaryen). Estos mismos animales también figuran en cada una de las cuatro esquinas del escudo final de Game of Thrones.
Títulos de crédito de Juego de Tronos
Salvando las distancias, ‘Juego de Tronos’ recuerda mucho a novelas corales como los ‘Cuentos de Canterbury’, de Geoffrey Chaucer, o ‘Guerra y Paz’, de León Tolstoi, no ya tanto por el contexto bélico en que se imbrican como por la pléyade de personajes que desfilan por ellas. Para el espectador lego y no avisado, recordar tantos nombres puede suponer un verdadero problema, y más cuando cada temporada se incorporan nuevas caras (aunque también es verdad que otras desaparecen, pues es sobradamente conocido el alto índice de mortandad de la novela y la crueldad de George R. R. Martin hacia sus personajes, para quien nadie es intocable).
Valar Morghulis”, expresión muy repetida en 'Juego de Tronos' que significa “Todos los hombres deben morir” en Alto Valyrio.
‘Juego de Tronos’ es, básicamente, la lucha entre dos casas: los Stark y los Lannister, disputa que comienza con la muerte en accidente de caza del borracho y disoluto rey Robert Baratheon (bueno, y el otro desafortunado accidente acaecido en no menos extrañas circunstancias: la caída de la torre de Bran) y la entronización de su hijo (que en realidad no lo es) Joffrey, sin duda uno de los personajes más odiados de la televisión. Al principio los Stark (“Winter is coming”) de Winterfell parecen los buenos y los Lannister (“Un Lannister siempre paga sus deudas”) los malos, y más cuando Joffrey manda cortar la cabeza de Eddard Stark (Sean Bean, Boromir en ‘El Señor de los Anillos’) y colgarla de una pica, pero luego los personajes tienen una psicología más compleja de lo que parece y no todo es tan simple y maniqueo.
Es sabido que George R. R. Martin se inspiró en la Guerra de las dos Rosas para escribir sus novelas. Ni siquiera intentó disimularlo, pues los nombres de las casas reales, Stark y Lannister, se escriben y suenan casi igual que York y Lancaster. Incluso el carácter de algunos de los personajes está libremente tomado de personajes históricos que marcaron aquella convulsa época, y es que, ¿acaso no recuerda Tywin Lannister (Charles Dance) a Richard Neville, 16º conde de Warwick, el hombre más rico y poderoso de Inglaterra, “el Hacedor de reyes”? (A quien le interese la temática, le recomiendo la muy estimable ‘The White Queen’).
En ‘Juego de Tronos’ hay algunos personajes que, a no ser que padezcas alguna clase de psicopatía, aborrecerás porque no tienen ni un gesto noble o piadoso; más bien al contrario, siempre están haciendo fechorías. A esta categoría pertenecen el mencionado Joffrey, su madre y reina consorte Cersei (Lena Headey), o el aún más vil y despreciable Walder Frey.
Luego hay otros con los que cualquiera se sentirá identificado, ya sea por su desvalimiento o por su inocencia, como Tyrion Lannister (el multipremiado Peter Dinklage), que tiene ese ingenio cáustico y procaz que invita tanto a la reflexión como a la risa, además de una nobleza de espíritu que no abunda precisamente entre los de su estirpe; John Snow (Kit Harington), el bastardo de Ned Stark de quien sospecho podría ser en realidad el hijo de Robert Baratheon y de la finada hermana de Eddark, Lyanna; lo que le convertiría de facto en legítimo heredero al trono (lo de canción de hielo –John Snow– y fuego –Daenerys Targaryen– podría dar una pista); Arya, que a pesar de ser una niña tiene el valor de un guerrero; o Daenerys Targaryen (aka Khaleesi, aka “mother of dragons”), interpretada por Emilia Clarke, quien sólo con esa cara angelical ya transmite pureza (aunque es verdad que a medida que avanza la historia va adquiriendo nuevos rasgos, una mayor severidad y dureza).
Y luego hay un último grupo de personajes que son más ambiguos e impredecibles en sus actos. A este grupo pertenece por derecho propio Jamie Lannister (Nikolaj Coster-Waldau), apodado “el Matarreyes”, la revelación de la tercera temporada, que ha pasado en unos pocos capítulos de ser un villano a convertirse en héroe, sobre todo cuando vuelve en busca de Brienne de Tarh y la salva del oso. Eso, y que fuera tratado como un animal y le fuera amputada la mano derecha, hizo que pasáramos de verle como a un deslenguado e incestuoso belitre a que le viéramos como un caballero andante para quien salvaguardar el honor de una dama es lo primordial.
Otro personaje que ha pasado por un proceso de transformación similar es Sandor Clegane (más conocido como "el Perro"), que antes era el brazo ejecutor de Joffrey y ahora es el protector de Arya. La verdad es que la relación que se establece entre estos dos personajes, tan distintos entre sí, da lugar a diálogos y situaciones muy tiernas y cómicas.
Hay otros personajes secundarios que desempeñan funciones destacadas, como Ser Jorah Mormont (Iain Glen), el consejero áulico de Daenerys, que jugaría un papel importante en su boda con Khal Drogo (Jason Momoa), o Lord Davos Seaworth (Liam Cunningham), apodado el Caballero de la Cebolla, siempre leal a su señor Stannis Baratheon, aunque tenga que enfrentarse a Melisandre y poner su vida en riesgo por ello.
Y luego nos queda, claro, Theon Greyjoy, por quien es imposible no sentir compasión a pesar de que él mismo se buscó la ruina con la innoble traición a su casi hermano Robb Stark. Las torturas a las que le somete Ramsay Snow (Iwan Rheon), el bastardo de Lord Bolton, no se las desearías ni a tu peor enemigo.
Si en la segunda temporada el capítulo más memorable fue el de la batalla del río Aguasnegras y la pirotecnia del fuego valyrio, en la tercera el momento más impactante llegó con la Boda Roja, momento que todos los seguidores de la novela esperaban ansiosos y expectantes. La verdad es que toda la secuencia, desde que los violinistas empiezan a ejecutar la célebre canción ‘The Rains of Castamere’ y se cierran las puertas de la sala del banquete, y Lady Catelyn Stark (estupenda Michelle Fairley) nota el desconcierto reinante e intercambia miradas interrogativas con Roose Bolton, para acto seguido descubrir que debajo del traje lleva oculta una cota de mallas, está muy bien filmada, y durante esos dramáticos minutos es inevitable tener el corazón en un puño (aún me parece estar oyendo la gangosa voz de Walder Frey: “The King in the North rises”). Para ver la secuencia completa de la Boda Roja (The Rains of Castamere), seguir este enlace de YouTube: http://www.youtube.com/watch?v=anV48ukkgXQ. Allí también podéis encontrar varios vídeos con las reacciones de asombro e incredulidad de la gente ante lo que estaba viendo.
Un hombre desnudo esconde pocos secretos; un hombre desollado, ninguno”, Roose Bolton.
Pero no es ésta la única escena memorable. También caben reseñar los chispeantes diálogos de Tywin con Lady Olenna Tyrell (la Reina de las Espinas) y con su nieto Joffrey, al que manda literalmente a la cama; pero destaca, por encima de todos, el discurso de Meñique (o Petyr Baelish, interpretado por Aidan Gillen, el concejal y luego alcalde Tommy Carcetti en ‘The Wire’) con Varys en la sala del trono. Para mí, es el mejor momento que nos ha dado hasta ahora ‘Juego de Tronos’:
Chaos isn’t a pit. Chaos is a ladder. Many who try to climb it fail, and never get to try again. The fall breaks them. And some are given a chance to climb, but they refuse. They cling to the Realm, or the Gods, or Love… illusions. Only the ladder is real. The climb is all there is”, Littlefinger
Meñique: Chaos is a ladder
Sin duda, Meñique es uno de los personajes que más juego puede dar, y que de hecho ya lo está dando, pues todo parece indicar que está levantando un ejército para hacerse con el trono de los Siete Reinos, y que a ese propósito responde su viaje al Nido de Águilas. Littlefinger es uno de los mejores jugadores de este ‘Juego de Tronos’ (el mejor, quizás, junto a Tywin), qué duda cabe, tanto por su inteligencia sibilina y taimada (es un auténtico sátrapa) como por su diplomacia, su red de espías y su desenfrenada ambición, y estoy seguro de que va a tener un papel destacado en las próximas temporadas, poniendo el escenario patas arriba.
Veremos qué sorpresas nos depara esta cuarta temporada que está a punto de comenzar. Lo que menos me está gustando de momento es que las tramas de Daenerys y del resto están tan separadas que no sé si va a llegar el momento en que se junten y Khaleesi arribe por fin con sus dragones y su ejército de los Inmaculados a Desembarco del Rey, reclamando el trono que por derecho de sangre cree que le pertenece.
*La secuencia del juicio por combate u ordalía entre La Montaña y Oberyn Martell (Pedro Pascal), la víbora roja de Dorne, es el momento más espectacular, más tenso y dramático que mis ojos han contemplado en todo Juego de Tronos, más incluso que La Boda Roja. Los movimientos con la lanza y la coreografía de Oberyn son de una belleza plástica inigualable, y las expresiones en los rostros de los implicados denotan una tensión cortante. El semblante de Tyrion va pasando del temor al asombro, luego a la esperanza, al nerviosismo y finalmente a la estupefacción. Los gestos de Jamie Lannister siguen un camino paralelo. Cersei y Tywin, en cambio, como expertos manipuladores que son, se mantienen más hieráticos, aunque igual de expectantes, siguiendo el duelo con la respiración contenida. Es impactante cómo la lucha, tan bien ejecutada, va in crescendo al ritmo del mantra que recita Oberyn: “You raped her, you murdered her, you killed her childen!”, que cumple la función de azuzar a La Montaña. La víbora roja burla los mandobles de Gregor Clegane con fintas propias de un torero cuando éste le embiste como un miura, resoplando y jadeando por la rabia. El vello como escarpias. Y alcanza el clímax cuando señala a Tywin en el palco y le conmina a La Montaña que yace en el suelo inerme y moribundo: “Say it. Say her name. Elia Martell. Who gave you the order?” Lo que viene a continuación… Bueno, nadie podía esperárselo. Es una de las muertes más brutales que he visto. No sé si me dolió más contemplar cómo le hundía los pulgares en las cuencas de los ojos hasta hacerle estallar la cabeza como un melón (una pretendida analogía con el primo Orson y los escarabajos, y el cumplimiento del funesto presagio de Tyrion: “Deberías llevar al menos un casco”) o el realismo salvaje de ver cómo le saltaban los dientes al recibir el tremendo guantazo. Desgarrador el grito de Ellaria. Aún resuena en mi cabeza. Decir que Oberyn murió a manos de La Montaña no podía ser más literal. Realmente le picó como una víbora cuando Oberyn se confió en exceso y no remató la faena. Suele pasar cuando alguien se pierde en palabrerías. Juego de Tronos tiene estas cosas. Ningún personaje es intocable, nada es previsible, los que buscan justicia a menudo encuentran la muerte y los giros de guión nunca dejarán de sorprenderte.
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Óscar Bartolomé