Sobre El Parnasillo

Lo primero que tengo que decir es que yo no soy de esas personas que opinan que el original es siempre mejor que la adaptación. Podría citar muchos ejemplos de adaptaciones cinematográficas que superan con creces a la novela original, incluso cuando la novela goza de gran prestigio crítico, pero baste citar dos casos notables: ‘Drácula de Bram Stoker’ y ‘Apocalypse Now’, ambas de Coppola. Lo que sí creo es que el cine y la literatura, aunque se pueden complementar y es bueno que se complementen, exigen un tratamiento distinto, pues el lenguaje cinematográfico dista mucho del lenguaje literario.
Son muchos los que confunden una buena adaptación con un respeto escrupuloso o con una fidelidad inquebrantable al original, cuando, por lo general, suele suceder al contrario. Para que una película sea buena tiene que respirar, es decir, no sentirse encorsetada; así que ceñirse a un esquema previo suele ir en detrimento de su calidad artística. En ningún caso la adaptación tiene que ser un paratexto o un mero complemento de la obra original, sino que tiene que gozar de autonomía propia. Dicho con otras palabras, debe tener sus propios significados más allá del original, que es casi como ser una obra diferente, no complementaria.
‘Lady
Chatterley’, la adaptación que Pascale
Ferran ha hecho de la conspicua novela de D.
H. Lawrence ‘El amante de la Lady Chatterley’
–o ‘Lady Chatterley y el hombre de los bosques’,
en su segunda versión–, adolece del mal de la
literalidad, que es la peor enfermedad que
puede aquejar a una adaptación. La veterana directora
gala se olvida de los mecanismos del lenguaje cinematográfico
para realizar algo así como una traducción en
imágenes, muerta como una hoja seca, de una novela
insuperable ya de por sí. Porque querer competir con
el original literario usando sus mismos recursos es un suicidio
anticipado.
Son muchos los defectos de ‘Lady Chatterley’, a pesar de sus buenas intenciones. El más clamoroso de todos, la inserción de intertítulos con una información que no aporta nada, y que pone en evidencia la impericia de la directora tanto en el montaje como en la narración. Lo peor que le puede pasar a una película es que sea demasiado didáctica, y eso ocurre siempre que se expresa con palabras lo que no se sabe expresar con imágenes.
Otro error de bulto, difícilmente explicable, es la inclusión de una voz en off –que además pertenece a la propia autora– en dos momentos de la película. Al igual que los intertítulos, es de todo punto innecesaria, y sólo evidencia una falta de recursos alarmante. Ni siquiera se puede decir que esa voz en off aporte un tono literario –como ocurre, por ejemplo, en ‘Las dos inglesas y el amor’, de Truffaut–. Por otra parte, no se entiende de dónde sale ni qué función cumple en la historia ese narrador implícito, y no se explica más que como un préstamo literario completamente despersonalizado.
Un error común en los directores torpes es el abuso del Deus ex machina, y Pascale Ferran abusa de este recurso tan peligroso, como cuando Mrs. Bolton anima a Connie a salir a buscar junquillos al bosque para así propiciar el primer contacto con el guardabosque. La impresión que causa en el espectador es de artificiosidad. También es artificial y forzado el encuentro con los mineros, así como, en general, el buscado, pero no tan logrado, contraste entre la mansión de Wragby y el bosque; o lo que es lo mismo, entre la rigidez de las convenciones sociales y la libertad de la Naturaleza.
La literalidad a la que me refería antes se observa especialmente en la secuencia del paseo de Clifford en la silla de ruedas motorizada, una secuencia prolongada hasta la extenuación en un intento de reproducir literalmente la novela. Prueba de ello es ese plano detalle de las manos de Parkin y de Connie en el respaldo de la silla cuando la están empujando, de una fidelidad que no es sino falta de originalidad. No es éste el único plano detalle obvio y literal que adorna la película.
De
otro lado, todos los planos paisajísticos
–el musgo, el arrollo, los árboles, etc.–,
aunque bien fotografiados por Julien Hirsch,
son demasiado evidentes en su propósito de mostrar
la floración interna y el despertar sexual que vive
la protagonista. Aunque hay alguna secuencia bella y destacable,
como la de la lluvia, el amor en comunión con la Naturaleza
no alcanza las cimas poéticas de otras obras como ‘La
hija de Ryan’, de David Lean, o ‘El
nuevo mundo’, de Terrence Malick, directores que
dominan como pocos el lenguaje cinematográfico. En
este sentido, me queda la amarga sensación de que las
localizaciones están desaprovechadas y de que no se
han extraído de ellas todas las posibilidades que ofrecían.
La decisión de dar preponderancia a los silencios y al sonido ambiente del bosque, omnipresente, también se me antoja equivocada, sobre todo porque hace que la música clásica extradiegética que se oye en algunos momentos puntuales parezca completamente extemporánea. Desde luego, habría sido más coherente que el silencio hubiera inundado toda la película, con el riesgo de caer en un ritmo lento y gravoso, del que ‘Lady Chatterley’ no escapa.
Los actores principales, Marina Hands y Jean-Louis Coulloc’h, hacen lo que pueden, pero en sus actuaciones se percibe la misma rigidez y encorsetamiento que lastra la narración, la una con su eterna candidez y el otro con su hieratismo inamovible. El plano en que Connie descubre arrobada cómo Parkin se lava el torso desnudo es de lo más forzado y responde, sin duda, a una mala dirección de actores. Para quien haya leído la novela de D. H. Lawrence es notorio que Marina Hands, conducida por Pascale Ferran, está lejos de captar la inocencia y el asombro sexual de Constance Reid.
Y
con todo, lo que más sorprende de ‘Lady Chatterley’
es que, aun pecando de exceso de literalidad,
y pese a tener un considerable metraje, omita detalles tan
importantes como todo lo relacionado con el padre de Connie,
ejemplo de hedonismo que contagia a su hija sus ganas de vivir,
o que desdibuje hasta la caricatura otros personajes fundamentales
como Clifford, decisivo para comprender la evolución
en la psicología y en las motivaciones de Constance.
Y todo ello tan sólo para dar más protagonismo
a la heroína, en una decisión claramente desacertada.
Algo funciona mal cuando una historia
tan pasional y sensitiva como ‘El amante de Lady Chatterley’
da como resultado una película fría, tan fría
que no te deja siquiera acercarte, a pesar de estar envuelta
en tonos ocres y en primeros planos.
Óscar Bartolomé