'Last Night' (Sólo una noche), crítica de la película de Massy Tadjedin con Keira Knightley, Sam Worthington y Eva Mendes
No es lo más común, y a menudo sucede justo al contrario, pero en ocasiones llegas a una película a través de su música. Esto mismo es lo que me ocurrió con ‘Last Night’ (‘Sólo una noche’), el debut en la dirección de la cineasta americana de origen iraní Massy Tadjedin, y excelente la banda sonora de Clint Mansell, uno de los compositores más talentosos del panorama actual –le pondría a la misma altura que Max Richter y Hans Zimmer, sin duda una tríada afortunada para cualquier melómano que se precie–.
Sin referencias sobre la directora, no sabía bien qué esperarme de esta película de clara vocación intimista, pero sólo por la música merecía una oportunidad. Y aunque las críticas que había leído no eran muy laudatorias, no me defraudó. Antes al contrario, superó mis expectativas.
El reparto, claro está, no pasa desapercibido, y es un reclamo tan grande como la preciosa música de Clint Mansell. La cenceña Keira Knightley y el poco expresivo Sam Worthington componen la pareja protagonista, y la bella y sensual Eva Mendes y el apuesto Guillaume Canet son las tentaciones que, como a San Antonio, se les aparecen para poner en peligro su estabilidad emocional.
‘Last Night’ es la clásica historia de celos, mentiras y devaneos amorosos en un matrimonio joven que se quiere y que, al mismo tiempo, duda de la verdadera naturaleza de su amor. Es una historia que nos han contado mil veces, desde Stefan Zweig a Arthur Schnitzler, por citar a dos clásicos. En ese sentido, no tiene nada de nuevo, pero Massy Tadjedin, que es también la guionista, tiene la virtud de crear unos diálogos sensibles, tiernos y no exentos de trascendencia, existencialismo o como queramos llamarlo que hacen que, sin que los personajes estén muy bien desarrollados, es cierto, empaticemos con ellos y con sus cuitas. Las actuaciones, por otro lado, son meritorias y plausibles, y hacen que los diálogos fluyan naturales, aun cuando cueste creer que unos desconocidos se atrevan a inmiscuirse tanto en las tribulaciones de alguien que sólo está de paso por sus vidas –como en la conversación nada discreta que mantienen Truman (Griffin Dunne, el protagonista de la alocada ‘¡Jo, qué noche!’) y Joanna–. La sonrisa perenne de Alex y su galantería, la fragilidad y la ingenua coquetería de Joanna, los remordimientos de Michael durante su viaje de vuelta a Nueva York… Todo resulta creíble. La duda les hace humanos, y son humanos porque dudan. Dudan de su amor, de su compromiso, de la moral, que casi siempre es impuesta y nunca elegida, y de la fidelidad, dudan de sí mismos y del otro, y dudan porque nunca se encuentran. Nosce te ipsum, que decía el Oráculo de Delfos.
Y la noche omnímoda, caníbal, se cauteriza con la música para piano de Clint Mansell, que subraya cada sentimiento, de angustia y de alegría, de congoja y de esparcimiento, en un montaje alterno donde las voces casi se doblan y se simultanean y se solapan y viajan de un espacio a otro, donde no les correspondería estar –o tal vez sí, porque, al fin, hablan de lo mismo; son la misma voz–, y todo ello con la hermosa fotografía de Peter Deming y la edición precisa, sincopada, de Susan E. Morse, habituales colaboradores de David Lynch y Woody Allen, respectivamente. En su contención amorosa, ‘Last Night’ a ratos me recuerda a ‘In the mood for love’, aunque claro, Wong Kar-wai son palabras mayores para una neófita.
Si hay algo que valoro mucho en una película son los pequeños detalles (ésos que abundan en la obra de Kim Ki-duk), y ‘Last Night’ los tiene. El mejor ejemplo es la nota que Joanna deja en la camisa blanca de Michael, donde le dice que lamenta haber sobreactuado durante su ataque de celos –que luego demostró tener un origen más que fundado–, y que él descubre al cambiarse de ropa tras haberse acostado con su compañera de trabajo, Laura. El gesto de Michael al despedirse sin despedirse –porque no hay un adiós, sino una huida perentoria de sus propios demonios, las Furias del pecado y del arrepentimiento– de Laura acariciándole el tobillo, ese plano es de lo más expresivo, antológico, como el rostro de ella cuando le comunican que él ha salido apresuradamente de la ciudad –escapando de ella–. Todos ellos, Michael, Joanna, Alex y Laura, tratan en todo momento de disimular sus emociones, de hacerse opacos a la mirada escrutadora y siempre inquisitiva del otro, pero es inútil, pues sus sentimientos son cristalinos como las aguas de la fuente Castalia.
Cuanto más se repiten lo felices que son, más infelices se sienten. El deseo y la insatisfacción –el deseo insatisfecho– les desarma emocionalmente. Y sin embargo, como dijo Schopenhauer, “conseguir algo anhelado significa darse cuenta de que es vano”, y así le sucede a Michael, quien nada más acabar de culminar su traición se arrepiente de haberse dejado seducir y de haber caído, ahora ya ineluctablemente, sin remisión, no como en una fantasía proyectada para nuestro interno disfrute, en la tentación que él mismo ha propiciado con un simple pero no tan inocente roce en la pierna (aquí, definitivamente, no es como Oscar Wilde).
¿Es el amor un engaño, una celada, un subterfugio?, ¿es el matrimonio una mentira? Si amar es engañarse (y pienso en ‘La Ronda’ de Max Ophüls), entonces sí, es una mentira bien urdida y socialmente aceptada, y eso es lo que nos muestra el final, espléndido en su sencillez, con la mirada levemente estupefacta –aunque no tan sorprendida, en el fondo– y teñida de contrición y melancolía de Michael descubriendo en los zapatos de fiesta de su mujer su adulterio y su engaño, que es también el suyo, el de ambos, y tal vez el nuestro, y aceptándolo como algo inevitable, como un peaje amargo de la vida conyugal, o como el castigo por su propia felonía.
Banda sonora de Clint Mansell
Tags: Last Night, Sólo una noche, Massy Tadjedin, Clint Mansell, Keira Knightley, Sam Worthington, Eva Mendes, Guillaume Canet, Griffin Dune, Peter Deming, Susan E. Morse, banda sonora.
Óscar Bartolomé