Sobre El Parnasillo

En el País Vasco ocurren cosas difíciles de explicar. El sentimiento nacionalista, esa caldera de susceptibilidades de rancio abolengo, propicia situaciones grotescas que sólo pueden ser entendidas desde la irracionalidad más supina. Este verano, con motivo del pregón de las fiestas de Bilbao, Julio Ibarra, la persona encargada de encender la mecha del festejo, declamó en un perfecto euskera, siendo el mensaje traducido a continuación en el lenguaje de los sordomudos. Ante esta situación, no cabe otra cosa que preguntarse: ¿para quién estaba dirigido ese mensaje si no se leyó en español, que es, con diferencia, la lengua mayoritaria en esta ciudad? La preocupación por un colectivo como el constituido por los sordomudos, que merece todos mis respetos, en lugar de ser un acto de generosidad por parte del Consistorio, sólo pudo ser entendido como una provocación ridícula ante el desaire que supuso haber prescindido del español. Se mire como se mire, éste es uno de los mayores despropósitos tolerados o auspiciados, eso no lo sé, por el Ayuntamiento de esta egregia villa. ¿Para quién se escribió el pregón si dos tercios de la población sólo sabe hablar (y mal) castellano? Lo más alarmante de todo es que este hecho pasó de puntillas y apenas nadie le concedió importancia, tan acostumbrados nos tiene el Gobierno vasco a esta clase de desmanes.
No es exagerado afirmar que aquí se practica una depuración social por medio del idioma. Primero se empieza por bautizar al niño poniéndole un nombre vasco y luego se incuba en él el sentimiento nacionalista. Es una fórmula infalible para aquellas familias cuyo linaje no desciende de Aitor, el padre de los vascos. Ya que no se pueden inventar unos apellidos euskaldunes para sí mismos, estos padres transmiten a sus hijos su amor por esta tierra (como si los que hemos nacido aquí y tenemos apellidos españoles fuésemos menos vascos) otorgándoles un nombre egresado del magín de ese Mesías que fue Sabino de Arana, o de su hermano, Luis de Arana, que fue el auténtico ideólogo del tinglado. Años de exposición al nacionalismo hacen que en las conciencias de los hijos de los inmigrantes, que vinieron a estas tierras a trabajar en la próspera industria de mediados del siglo XX y que con su esfuerzo hicieron más grande esta ciudad, se genere un inequívoco sentimiento de culpa y de inferioridad por no poder exhibir en el carné (en ése donde aparece la bandera de España; que el otro, el que han querido inventarse unos cuantos abertzales descerebrados, no tiene ninguna validez jurídica) unos ilustres y distinguidos apellidos vascos.
Otra solución muy recurrida para arrogarse una prosapia vasca consiste en cambiar una “c” del nombre de pila por una “k” (siempre he pensado que el nacionalismo vasco tiene concomitancias con el movimiento okupa), o incluso en hacer que te llamen por tu nombre traducido al euskera. Suena a chiste, pero lo cierto es que así muchos se sienten mejor. Es de terapia de psicoanalista.
La pureza de sangre lo es todo para ciertos individuos fanáticos, como si aún estuviéramos bajo el yugo del Santo Oficio; y así no es de extrañar que se inventen tonterías del calibre del RH- y no sé qué sandeces más. Con esas ideas, dudo mucho que sean buenos ciudadanos y vayan a donar sangre, por miedo a que se mezcle con otra de inferior calidad.
Con todo, me parece bien que se cuide y se fomente el uso del euskera, pero no a toda costa y atropellando el derecho de los ciudadanos. Eso mismo es lo que está pasando con muchos docentes cuyo puesto de trabajo está en juego porque la consejera de Cultura, Anjeles (así, con jota, aunque dudo que lo escriba de esta manera por amor a la ortografía fonética de Unamuno) Iztueta, ha tenido la genial ocurrencia de exigirles que se adecuen a un perfil lingüístico que hace inexcusable el uso del euskera. Esto tendría una razón de ser en los casos de profesores que impartan sus clases en dicha lengua, pero en cuanto a los demás, a los que se dirigen a alumnos que han elegido aprender en español, ¿por qué se les obliga a ello? Las obligaciones nunca fueron buenas. Lo que se hace a la fuerza siempre se hace de mala gana. Es demencial exigirle a un docente de edad provecta, que apenas sabe balbucear los típicos saludos en euskera, que aprenda a su edad a hablar esta lengua (ya de por sí difícil de aprender por su origen alejado de las lenguas romances) para encima no usarla. ¿A qué grado de locura vamos a llegar por cambiar en un tiempo récord los usos lingüísticos de esta región? No se puede pretender que de un día para otro el euskera desplace al español como idioma mayoritario. Algunos todavía se piensan que aquí la situación de fondo es como la de Cataluña, donde el catalán es conocido y empleado por todos.
Una paradoja que me hace mucha gracia es que todos aquellos que denuestan el español y que cuando pronuncian esta misma palabra lo hacen con una expresión de profundo asco, cuando quieren comunicarse lo hacen en castellano; más aún, incluso cuando hablan en euskera introducen palabras o frases hechas en español, ya que la riqueza léxica de esta lengua supera con creces la de aquélla, que, no lo olvidemos, siempre ha sido y siempre será un idioma de pastores y de gente de campo (por algo su uso se ha reducido a los pueblos).
La comunicación es esencial para el hombre. Entenderse es el fin que todos perseguimos. Desde esta perspectiva teleológica, lo ideal sería que todos los habitantes del planeta hablásemos un mismo idioma (me da igual que fuera el inglés, el español o el chino mandarín), sin que por ello los demás dejaran de utilizarse. Es una cuestión de practicidad. En tu país hablarías tu propio idioma, con lo cual su supervivencia estaría asegurada, y cuando viajaras al exterior utilizarías esa otra lengua compartida. El esperanto fracasó, aunque aún quedan reductos, y lo hizo porque era una lengua surgida de la nada, sin hablantes, pero si se tomara el inglés como idioma universal, verbigracia, creo que la iniciativa tendría éxito y que todos saldríamos ganando. ¿No es mejor saber hablar en varios idiomas que en uno solo?
Óscar Bartolomé