La música de Loreena McKennitt: The Visit, Book of Secrets
“Escuchar me hace encontrar la existencia de la verdad más allá del velo” – Abu Sulaiman al-Davani
Hay un tipo de música, tan infrecuente como deliciosa, que al escucharla te transporta a regiones poco transitadas, campos luminosos que se abren al alma acendrada y la liberan de las complicaciones mundanas. Al rebasar el umbral de ese reino supraterrenal, una inefable sensación de beatitud y de calma gozosa se apodera de tu aliento, zambulléndote en un éxtasis lacustre. Esta lasitud, placentera por cuanto tiene de inaprensible, sólo puede experimentarse al escuchar piezas musicales tan exquisitas como el Preludio nº 1 de ‘El clave bien temperado’, de Johann Sebastian Bach, o el Andante del ‘Concierto para piano nº 2’, de Dmitri Shostakovich. Si bien es verdad que las puertas del Cielo se abren casi en exclusivo para deleite de la música clásica, no menos cierto es que aún sigue habiendo cantantes y compositores en posesión de esta llave mágica. Una gondolera que boga por estos canales empíreos es Loreena McKennitt, la voz más preciosa sobre la faz de la Tierra.
Loreena McKennitt nació el 17 de febrero de 1957 en Morden, un pueblo de Manitoba, Canadá. Allí discurrió apacible su infancia. Su padre era ganadero y su madre enfermera. Como vivía rodeada de animales, en comunión con la naturaleza, su primera vocación fue la de veterinario. A tal fin se fue a vivir a Winnipeg, donde sintió la imperiosa llamada de la música celta durante sus visitas a un club folk. Unos años más tarde, en 1981, se mudó a Stratford, Ontario, donde entró de lleno en la escena cultural de la ciudad, presidida por el Festival de Shakespeare. Allí pudo demostrar su talento como intérprete a la par que como compositora. Desde entonces no ha vuelto a cambiar de residencia.
Sus amores de juventud fueron el poeta irlandés William Butler Yeats y el arpista bretón Alan Stivell. En 1982 hizo un decisivo viaje a Irlanda, la tierra de sus padres. De vuelta a casa, imbuida de tradición celta y con la sangre de sus ancestros hirviendo en sus venas, se consagró a la adaptación musical del poema ‘The Stolen Child’, de su idolatrado Yeats. Con la fuerza y la resolución inquebrantable que nace de la vena artística, se las arregló para grabar un disco con sus propios y más bien exiguos medios. Para ello se valió de un libro de autoayuda titulado ‘Cómo hacer y vender tus propios discos’, de Diane Sward Rapaport –quién iba a pensar que esta clase de libros sirven para algo más que embaucar a almas cándidas y acumular tamo en las estanterías–. En paralelo, fundó su compañía discográfica: Quinlan Road. Corría el año 1985, el año que vio nacer a ‘Elemental’, el primero de los siete hijos de la cantante canadiense: un cassette con nueve canciones que ella misma vendió en su coche en contacto directo con el comprador, al modo de un feriante. Para darse a conocer no dudó en organizar sus propios conciertos por todo el país. Su talento y su arrojo la hacían imparable. El Destino le tenía reservado un puesto preeminente y Euterpe arrojaba pétalos de rosas a su paso desde la cumbre del Piero.
Dos años más tarde grabó ‘To Drive The Cold Winter Away’, un homenaje a los villancicos navideños que la convirtió en la cantante favorita del la reina Isabel II gracias a sus versiones de baladas medievales británicas como ‘The King’ o ‘Banquet Hall’. Al igual que en ‘Elemental’, el instrumento predominante era el arpa, del que la cantante de piel de alabastro es una consumada maestra.
En 1989 sacó ‘Parallel Dreams’, donde ya se empezaba a atisbar el mestizaje cultural que habría de marcar sus posteriores trabajos, y que además era el primero en contener temas propios. Con ‘The Visit’ (1991) llegaría su consagración. En él se incluye el clásico ‘The Lady Of Shalott’, canción inspirada en el célebre poema de Tennyson. La leyenda artúrica se prestaba como pocas a la interpretación apasionada de Loreena McKennitt, que con su voz lánguida e inflamada de amor lograba cautivar a todos los corazones acezantes. Ésta es una de sus canciones preferidas. También a este disco pertenece el hermoso y melancólico tema instrumental, tocado con arpa –los finos y hábiles dedos de Loreena arrancan unos acordes conmovedores–, ‘Tango To Evora’, que dedicó a la localidad lusa del mismo nombre. Asimismo, la grácil cantante se atrevió con la balada atribuida a Enrique VIII: ‘Greensleeves’, a la que dotó de unos arreglos dignos de Remo Giazotto.
‘The Visit’ fue el primero de sus discos distribuido por Warner Music, con quien firmó un contrato que le garantizaba la total independencia en la creación y la promoción. Esto le permitió lanzarse al mercado internacional sin renunciar a su sello: Quinlan Road.
Sus siguientes discos salieron más espaciados en el tiempo porque la cantante se dedicó a recorrer países con objeto de nutrirse de la riqueza de sus culturas. De este modo es como más a gusto se siente: de peregrina, siendo la música su bordón y su Osa Mayor. La belleza de España y de Marruecos la deslumbró. Asimiló sus tradiciones centenarias y con todo ello publicó ‘The Mask And Mirror’ (1994), el que tal vez sea su mejor disco. Las raíces de este álbum son profundas y bifurcadas. Se remotan al Medievo, cuando en la Península Ibérica convivían cristianos, moros y judíos. Leyendo el ardiente poema ‘Noche oscura del alma’, del místico San Juan de la Cruz, le surgió la idea de ponerle voz. Así es como nació la que, a mi juicio, es la mejor canción de Loreena: ‘The Dark Night Of The Soul’, una epifanía para los oídos sensibles. Su visita a Galicia le llevó a componer ‘Santiago’, otro de los temas con notoria raigambre española.
El ascetismo sufí que respiró durante su visita a la Alhambra le inspiró ‘The Mystic’s Dream’, tema que actúa a modo de obertura y que se incluye en la banda sonora de la película erótica y zonza ‘Jade’ –que, como queda claro, no merecía tan preciosa dádiva–. Esta canción, convertida en baluarte de la compositora de apariencia isabelina, también formaba parte de la banda sonora de la miniserie ‘The Mists Of Avalon’; que, pese a no ser una producción de relumbrón, al menos sí tenía algo que ver con la temática que aborda en sus discos. Por desgracia, las colaboraciones de la cantante de Manitoba con el cine no han sido todo lo satisfactorias que cabría desear. La canción ‘Bonny Portmore’, incluida en ‘The Visit’, desentonaba en un filme tan mediocre como ‘Los Inmortales III’. La única película que le ha hecho justicia es ‘Prospero’s Books’, de Peter Greenaway, que contó con la canción que cierra este álbum: ‘Prospero’s Speech’, su particular visión de ‘La Tempestad’ de William Shakespeare. Loreena interpretó el papel de Ceres en esta obra dramática durante el Festival de Stratford de 1982. Desde entonces se sentía en deuda con el cisne de Stratford-upon-Avon, así que le dedicó esta bella canción que, además, habla de la máscara a la que alude el título del disco. Asimismo, en 2001 fue la elegida para poner música a la representación de ‘El mercader de Venecia’ en este mismo Festival. Como se ve, Shakespeare siempre ha flotado su mente, por lo que tiene de revelador de la condición humana.
Otra de las joyas de ‘The Mask And Mirror’ es ‘Marrakesh Night Market’, donde predominan los jeribeques árabes. La percusión que se oye desde los primeros compases te hipnotiza igual que un encantador de serpientes. Loreena McKennitt, con su larga cabellera pelirroja y su piel nívea, debía de refulgir en esos zocos bulliciosos que se levantan para conmemorar el Ramadán.
En ‘The Bonny Swans’ se abandonó a la leyenda del tapiz del unicornio, describiendo la tragedia de la doncella ahogada por su envidiosa hermana, que renació convertida en cisne –el símbolo medieval de la muerte–, primero, y en arpa, después. Esta canción cuenta con un hermoso videoclip que puede verse en el disco ‘No Journey’s End’, que Loreena McKennitt ha tenido el detalle de incluir en una edición especial y remasterizada de toda su discografía. La otra canción traducida a imágenes es ‘The Mummer’s Dance’, perteneciente a ‘The Book Of Secrets’.
Con ‘The Two Trees’ quiso rendir un nuevo homenaje a Yeats, a través de un poema que habla de la fusión del hombre con la naturaleza en clave mística.
En 1995 editó ‘A Winter Garden: Five Songs for The Season’, con el que volvió a los temas tradicionales medievales como ‘Good King Wenceslas’ y ‘God Rest Ye Merry Gentlemen’. La experiencia le sirvió para grabar en los Real World Studios de Peter Gabriel en Inglaterra, a los que regresaría en 1997 para dar forma a su siguiente disco: ‘The Book Of Secrets’, la continuación de la travesía emprendida tres años antes en ‘The Mask And Mirror’.
‘The Book Of Secrets’ es, según expresión de su autora, un cuaderno de bitácora. No en vano, arranca con una cita esclarecedora de Lao Tzu:
Un buen viajante no tiene planes preconcebidos y no se preocupa en llegar.
En este disco volcó todas las sensaciones que había vivido durante sus dilatados viajes por las civilizaciones mediterráneas, las costas de Irlanda y las estepas siberianas.
‘The Mummer’s Dance’, que he mencionado antes de pasada, se convirtió pronto en un himno, cantado incluso por Enya –otra de las llamadas damas de la música celta–. La canción alude a la momería, un culto pagano practicado por algunos pueblos europeos preteridos que adoraban a los árboles, al modo que lo hacían los druidas. Este ritual, que era propio de la primavera, consistía en una procesión de una serie de actores –llamados momeros– disfrazados con máscaras de paja, ropas viejas adornadas con cintas y trapos y provistos de ramas cargadas de hojas, que cantaban a la fertilidad de los bosques. ‘La rama dorada’, de James Frazer, fue uno de los libros que le pusieron en conocimiento de esta olvidada tradición. Loreena McKennitt es algo más que una cantante; es una antropóloga.
Durante su estancia en la Toscana y en Venecia no se separó del libro que Jan Morris dedicó a la ciudad de la Laguna, en el que describía la visita de Enrique III de Francia allá por el año 1574. La fastuosidad con que fue recibido el rey y sus propias impresiones sobre el Gran Canal, el Palacio del Dogo, la Fenice, la torre de San Giorgio, las cúpulas de la catedral de San Marcos y los frescos de Tintoretto dieron como resultado ‘La Serenissima’, una preciosa canción instrumental tocada con arpa y acompañada con viola. También instrumental –aunque con tarareo de Loreena, como en ‘Santiago’–, y también concebida en Italia, es ‘Marco Polo’, una genuina melodía sufí que combina infinidad de instrumentos clásicos: violín, viola, percusión, acordeón –uno de los preferidos de la cantante–, guitarra acústica e incluso bouzouki (mandolina griega). Sin duda, ‘El libro de los secretos’ del explorador veneciano era el más indicado para dar nombre al disco.
A instancias de unos amigos, puso música al poema ‘The Highwayman’, del vate de Staffordshire Alfred Noyes. Estos highwaymen eran los salteadores de caminos que peinaban las campiñas inglesas en busca de botines suculentos que llevarse a las faltriqueras en los albores del siglo XVIII. En la tragedia del bandolero y su amada, la cantante de Morden mostró su faceta más celta con el uso de la gaita, el bodhran (tambor irlandés) y el acordeón, entre otros muchos instrumentos.
De una gran belleza es el tema ‘Skelling’, título que se corresponde con las escarpadas islas de la costa occidental de Irlanda, donde los monjes se afanaron, allá por el siglo VII, en la copia de textos religiosos, literarios y filósoficos. Loreena quedó fascinada con la labor silenciosa y desinteresada, y no siempre reconocida, de estos amanuenses, decisivos en la preservación de los textos clásicos tras la caída del Imperio romano. La canción transmite sosiego por medio del tin whistle (flauta tradicional irlandesa), omnipresente, y del violonchelo.
Mi canción preferida de ‘The Book Of Secrets’, no obstante, es ‘Night Ride Across The Caucasus’, claramente inspirada en la música oriental y en los aforismos del filósofo Abu Sulaiman al-Davani:
La música y el canto no pueden producir en el corazón lo que no existe en él.
La autobiografía de Murat Yagan ‘Provengo allende la montaña Kaf’, que cuenta su iniciación en el sufismo a través del entrenamiento ecuestre, fue su otra fuente de inspiración. Loreena McKennitt desplegó una amplia panoplia de instrumentos de uso poco común, de los cuales el mejor exponente es la lira da Braccio.
Otra canción que destaca por méritos propios es ‘Dante’s Prayer’, la que pasa por ser la última composición de Loreena McKennitt, en espera de que alumbre su anunciado y esperado próximo disco. El origen de esta canción está en un viaje que hizo a través de Siberia mientras leía ‘La Divina Comedia’, de Dante Alighieri. Comienza con un coro y continúa con unos arpegios de piano, que toca ella misma, para finalmente imponerse su aterciopelada voz.. La canción transmite tal desgarro y devoción que tienes la impresión de estar asistiendo a una súplica dirigida a Dios, o quizás a una deprecación de Dante a su amada Beatriz. Es el mejor broche de oro a una rutilante carrera.
La música de Loreena McKennitt es tan rica en matices que no soporta ninguna etiqueta. Empero, el mercado discográfico, en su loco afán por etiquetar, suele incluirlo en el apartado New Age, que subsume a otros grandes talentos como Michael Nyman, Yann Tiersen, Vangelis o Lisa Gerrard. Precisamente, la cantante australiana, cuando aún formaba parte del tristemente desaparecido grupo Dean Can Dance, tocó con Loreena la canción medieval ‘Saltarello’.
Nunca te estaré lo suficientemente agradecido por todo el placer que me has proporcionado con tu música, Loreena. Gracias por existir. Parafraseando a Nietzsche, e introduciendo un pequeño matiz en su máxima, te diría: “Sin ti, la vida sería un error”.
The Dark Night of the Soul
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Óscar Bartolomé