Sobre El Parnasillo

En los últimos años ha surgido una hornada de directores jóvenes y ambiciosos dispuestos a manipular el lenguaje cinematográfico como alquimistas en busca de la piedra filosofal. Uno de los más destacados es el brasileño Fernando Meirelles, que dejó boquiabierto a medio mundo con ‘Ciudad de Dios’, uno de esos falsos documentales que tanto éxito están cosechando. Su incipiente talento se ha visto confirmado con la magnífica ‘El jardinero fiel’, adaptación de la novela de John Le Carré. En esa lista de revelaciones también se puede incluir a Spike Jonze, que primero dejó buenas sensaciones con la arriesgada ‘Cómo ser John Malkovich’ y que después se consolidó como un cineasta creativo y original con ‘El ladrón de orquídeas’. No menos experimental y provocador es Darren Aronofsky, que se ganó los plácemes del público más indie con las admiradas ‘Pi’ y ‘Réquiem por un sueño’, y que recientemente ha estrenado 'La fuente de la vida', exquisito poema lírico sobre la muerte como acto de creación. Asimismo, no habría que olvidar al tándem formado por el guionista Charlie Kauffman y el antaño realizador de videoclips Michel Gondry, que nos dejaron la laberíntica y nostálgica 'Olvídate de mí', y que ahora, por separado, aún están dando mejores resultados, con la imaginativa 'La ciencia del sueño', de este último, un rendido homenaje a la barroca fantasía de Georges Méliès.
No
obstante, si hay un director en agraz que sobresalga por su
maestría, ése es el británico Christopher
Nolan. A la tierna edad de ocho años ya rodaba
cortos con la Super 8 de su padre, tal como se cuenta que
hacía Steven Spielberg. Esta precocidad desembocaría
en 1998 en ‘Following’, su primer
largometraje, un thriller psicológico rodado en 16
mm con escasos medios y mucha imaginación que aún
permanece inédito en España. En él se
anticipaba ya su dominio de la técnica y su ingenio
para jugar con la narrativa moviéndose con plena libertad
por las coordenadas espacio-temporales, obligando al espectador
a mantenerse concentrado en todo momento. Era el germen de
lo que luego sería ‘Memento’,
su obra maestra, estrenada en el año 2000. Luego vendrían
‘Insomnio’, donde contó con un reparto
rutilante encabezado por Al Pacino y Robin Williams, y ‘Batman
Begins’, la precuela del hombre
murciélago creado por Bob Kane. El hecho de que
asumiera un proyecto tan arriesgado, que parecía abocado
al fracaso después del estropicio que hizo con él
Joel Schumacher, y que, además, se sabía iba
a ser comparado con dureza con las dos primeras entregas de
Tim Burton, da idea de su espíritu aventurero y de
su afán de superación. Aunque en ‘Batman
Begins’ se pierde gran parte del ambiente gótico
y del tenebrismo de Gotham City, Christopher Nolan aportó
una visión lúcida y humanista del superhéroe,
menos romántica y más introspectiva, buceando
en sus miedos y flaquezas. Ahora está en fase de posproducción
de la que será su próxima película, ‘The
Prestige’, en la que repite con Christian Bale
y Michael Caine, y que contará asimismo con la participación
de Scarlett Johansson, Hugh Jackman y David Bowie. La cosa
promete.
Siendo todas sus obras excelentes,
la mejor es, sin duda, ‘Memento’, todo un desafío
a la inteligencia del espectador. Es la perfecta combinación
de forma y fondo. Lo más llamativo, con todo, es su
narración no lineal y diacrónica,
que va de delante hacia atrás, como una cinta que se
rebobina. Está ideada de tal modo que el final de la
secuencia anterior se corresponde con el principio de la secuencia
posterior, sin dejar ningún cabo suelto. Cada secuencia
es como la pieza de un puzzle de enormes
dimensiones que hay que encajar con la que le precede para
que empiece a cobrar sentido la historia, aparentemente desmembrada,
que se nos cuenta. Este rompecabezas se enreda aún
más al haber una narración complementaria, primero
paralela y luego tangente, que se cruza con aquélla.
Una está en color y la otra en blanco y negro. Mientras
que la primera está contada de delante hacia atrás,
la
segunda discurre de atrás hacia delante, en perfecto
orden cronológico. Lo que retrocede la primera línea
lo avanza la segunda, de suerte que al final de la película
las dos líneas argumentales convergen en un mismo punto,
momento en el cual prevalece el color. Aunque lo que vemos
en el inicio del filme es lo último que ocurre desde
un orden cronológico, hay que llegar hasta la última
secuencia para ordenar toda la información que el director
nos ha ido suministrando. La gran habilidad de Nolan para
la narración permite que la segunda línea, donde
despliega la mayor cantidad de datos que requiere el espectador
para comprender la trama, no parezca un artificio premeditado.
Ése es uno de los grandes logros del director, sólo
al alcance de los grandes maestros.
Esta alambicada estructura narrativa parecería un fuego de artificio si no fuera porque está en relación con la enfermedad que padece Leonard Shelby (Guy Pearce), el protagonista. La pérdida de la memoria reciente y su fatal consecuencia; a saber, la imposibilidad de generar nuevos recuerdos, sumen al personaje en un mar de dudas. La metáfora de la Polaroid es muy ilustrativa del mal que le aqueja: su memoria dura casi el mismo tiempo que tarda en revelarse una fotografía. Desde este punto de vista, que los títulos de crédito iniciales comiencen con la foto de la cabeza ensangrentada de Teddy (Joe Pantoliano) no es un capricho del director. Aparte del efecto sorpresa y de la brillante estética de la puesta en escena –la fotografía de Wally Pfister está muy cuidada–, esta secuencia prólogo nos está hablando, sin que lo sepamos, de su extraño trastorno.
Así pues, el modo en que está presentada la historia trata de imitar la percepción que tiene el protagonista de la realidad, caótica y pantanosa. Si hiláramos más fino, diríamos que vive atrapado en el pasado y que eso le incapacita para ver lo que tiene delante de sus ojos. Más adelante me detendré en las implicaciones de esta ceguera: el autoengaño y la felicidad.
Para
poder cumplir su objetivo, vengarse de la violación
y del asesinato de su mujer (la C.S.I. Jorja Fox),
necesita llevar una vida disciplinada que supla esa carencia
de las facultades mnemotécnicas. En ese sentido, las
anotaciones y las rutinas son fundamentales para su supervivencia.
Los tatuajes que se hace en la piel para enumerar los hechos
del crimen y los pasos de su búsqueda son un elemento
crucial, ya que no se pueden borrar ni perder. En última
instancia, hace de su cuerpo un mapa donde orientarse. Tatuajes
y fotografías, ésa es toda la ayuda con la que
cuenta Leonard para buscar al asesino, porque la manipulación
está detrás de los consejos que le ofrecen unas
personas que se unen a él de forma presuntamente desinteresada,
pero él, como el experto detector de fraudes que es,
lo sabe. Convivir con el engaño le hace ser extremadamente
suspicaz, y Nolan consigue trasladar buena parte de esa angustia
al espectador –a lo
que contribuye notablemente la música ambiental de
David Julyan–. Por desgracia, la vida
no es muy diferente de como se ve en ‘Memento’:
a diario tienes que sondear las intenciones de los demás
para tratar de averiguar si quieren sacar algo de ti.
La atípica amnesia que padece el protagonista está prescrita por la medicina, y se produce a causa de una lesión en el hipocampo, la parte del cerebro donde se almacena la memoria. En los años 50, algunos neurocirujanos trataron de corregir casos de epilepsia extirpando ciertas regiones cerebrales, lo que derivó en esta extraña enfermedad.
Este detalle puede que sí sea
producto del azar, pero no deja de sorprender el paralelismo
que existe entre las palabras amnesia e insomnio,
las enfermedades sobre las que versan dos de las películas
del realizador. No
menos sorprendente es la paronomasia de los diminutivos
que se usan en el filme: Lenny, Sammy, Jimmy, Teddy..., todos
formados por dos consonantes repetidas y, en los tres primeros
casos, siendo además fonemas alveolares y bilabiales
nasales sonoros, como corresponde al nombre de las enfermedades.
El título del filme, “Memento”, también
contiene estos fonemas. Todo parece indicar que el director
británico aprovechó bien su estancia en Oxford
como estudiante de Literatura.
Cuando uno piensa en películas que fragmentan la unidad temporal le vienen a la cabeza títulos emblemáticos como ‘Pulp Fiction’, de Quentin Tarantino, o ‘Atraco Perfecto’, de Stanley Kubrick. No es casual que a Christopher Nolan le compararan con el cineasta neoyorquino tras su debut con ‘Following’ –a la temprana edad de treinta años Nolan dirigió ‘Memento’ y Kubrick ‘Espartaco’, dos obras maestras dentro de sus respectivos géneros–. Ambos planifican sus obras como si fueran tableros de ajedrez a gran escala donde retar al espectador a mover ficha. Por lo tanto, exigen lo máximo de él, impidiéndole que caiga en la relajación. Tal como está extendida la pereza mental entre el público que abarrota las salas de cine, este reto es para muchos casi tan terrible como el potro de tortura, pero para aquellos que gustan de implicarse en las historias que les cuentan, este tipo de películas son, además de divertidas, tan estimulantes como un sorbo de cafeína.
‘Memento’ se estrenó
casi al mismo tiempo que ‘Mulholland
Drive’, una película con la tiene más
de un rasgo en común. Ambas apelan a la inteligencia
del espectador para reconstruir una historia que se presenta
inconexa o deslavazada. Las dos juegan al despiste con la
identidad de los personajes, sobre la que proyectan muchas
dudas. Así como en la insuperable obra de Lynch Betty
(Naomi Watts) pasaba a llamarse Diane sin previo aviso, así
también en ‘Memento’ el personaje al que
primero conocemos como Leonard al final acaba transformándose,
como por arte de birlibirloque, en Sammy Jankis, el
paciente amnésico al que siempre pone como ejemplo
de lo que no debe hacer, desconociendo que es él mismo.
La mayor diferencia entre una y otra estriba en que mientras
que en la película de Christopher Nolan las piezas
del rompecabezas encajan si el espectador/jugador sigue con
interés las pistas que le va entregando de forma dosificada,
en ‘Mulholland Drive’ es imposible recomponer
ese mural, ya que, aunque lo parezca, no es una historia detectivesca,
sino un sueño; y los sueños, como todos sabemos,
no tienen una coherencia interna. La estructura de ‘Memento’
es rígida y la de ‘Mulholland Drive’ es
plástica, característica que abre el abanico
de interpretaciones. Comoquiera que sea, ambas pueden ser
calificadas de obras maestras.
Crearse una identidad frágil y quebradiza coleccionando fotografías es lo que hacían los replicantes en ‘Blade Runner’, de Ridley Scott, otra película muy afín a ‘Memento’ por su temática. Rachel (Sean Young) también era feliz a la sombra del pasado que creaba Tyrell para ella. Todos los seres humanos tenemos una imperiosa necesidad de almacenar recuerdos para dotar de sentido a nuestras vidas. Gracias a los recuerdos nos sentimos únicos en medio del océano de rostros extraños y confusos, pero tan parecidos unos a otros. Como dice Leonard con gran tino: “Todos necesitamos recuerdos para saber quiénes somos”. Ésa es la idea principal de ‘Memento’.
A lo largo de la película se nos ofrecen pequeños indicios, unos más visibles que otros, que nos inducen a pensar que Leonard y Sammy son la misma persona. Reconocerlos es la tarea de un agudo observador. Algunos de estos indicios son: las agujas con las que se hace los tatuajes en la piel recuerdan a las agujas hipodérmicas con las que inyecta la insulina a su esposa diabética; el pellizco que le hace en su muslo luego se transforma en un pinchazo por medio de fugaces flasbacks; Jimmy le reconoce al verle y le llama Sammy antes de expirar; y, más concluyente aún, durante casi una milésima de segundo, en la secuencia donde Sammy Jankis está sentado en el hospital psiquiátrico, aparece Leonard en su lugar.
Una vez que despejas la duda sobre su verdadera identidad, es ineluctable preguntarte: ¿entonces quién es Leonard Shelby? Por lo que se deduce de las explicaciones que le da Teddy en la última secuencia, la más reveladora de todas, no es más que una identidad falsa creada por la Policía para utilizarlo como arma –un arma arrojadiza, como se constata– en sus operaciones de narcotráfico. Mucho antes de llegar a esta conclusión, el director ya había aventado durante la siembra abundantes granos para fertilizar el creciente interés del espectador, como la procedencia de los trajes de diseño y del Jaguar que conduce Leonard, un lujo que un agente de seguros no se puede permitir. Sólo al final se descubre que se los robó a Jimmy, socio de Teddy en sus trapicheos con las drogas y novio de Natalie, después de matarlo.
Con
eso y con todo, lo más inquietante de este sorprendente
hallazgo es apercibirse de que fue él quien mató
a su mujer, y que el drama de Sammy Jankis cuando mata por
una sobredosis de insulina a su mujer es su propio drama.
Por mucho que esta muerte tenga de terrible, lo cierto es
que la mata por amor, pues la prueba a la que le somete su
mujer para averiguar si finge al no reconocerla es una prueba
de amor. Quizá muchos no lo vean así,
pero ‘Memento’ es una historia profundamente romántica.
Leonard sólo tiene un recuerdo en la cabeza: a su mujer;
y un propósito irrefrenable: vengar su muerte. Cuando
Natalie le pregunta qué es lo último que recuerda
de su mujer, basta con ver su expresión seráfica
para comprender el amor y la veneración que siente
por ella. Es muy tierno cuando contrata los servicios de una
prostituta para rememorar el momento del crimen, y cuando
le ordena distribuir por el dormitorio sus objetos personales
y ella hace ademán de pasarse el peine por el cabello,
él se lo impide. Esa manera de recrearse en su propio
dolor tiene mucho de romántico, qué duda cabe.
Más tarde, cuando enciende una fogata y arroja al fuego
todos esos enseres, pretende exorcizar así su pasado,
pero al no tener un sentido su vida sin ella, se autoengaña
y se inventa una identidad. Sólo así es feliz,
creyendo lo que quiere creer. En un momento determinado, cuando
está acostado en la cama con Natalie, Leonard dice
en un hilo de voz: “Si pudiera
dejar de recordar y vivir el presente, esta herida cicatrizaría”.
Pero en el fondo sabe que no es eso lo que quiere, que aunque
para dejar de sufrir sea preciso olvidar, no quiere olvidar.
La confusión sobre la identidad de Leonard también se traslada a la identidad de John G., las iniciales del presunto autor del homicidio. El primer John G. al que vemos morir es John Edward Gammel (el auténtico nombre de Teddy), y el segundo, Jimmy Grants; si bien, como se ha explicado antes, esto ocurre en orden inverso en el tiempo. Se desconoce a cuántos John G. ha matado ya creyendo dar venganza a su mujer, y cuántos le quedan aún por matar.
Este prodigioso guión concebido como un encaje de bolillos lo escribió el cineasta londinense a partir de un relato corto escrito por su hermano Jonathan que llevaba por título ‘Memento mori’. En verdad, esta sentencia latina, más olvidada que su reverso carpe diem, da fe de la obsesión del protagonista, que no se puede desprender del recuerdo de la muerte de su esposa. La película se rodó en 25 días, un tiempo récord si se lo compara con cualquier producción hollywoodiense.
El
reparto de ‘Memento’ está muy alejado del
star system. Lo forma un grupo de actores más conocidos
por su papeles secundarios que por ser cabeza de cartel. El
actor principal es Guy Pearce, que previamente había
destacado por interpretar a un policía bisoño
e integérrimo en ‘L.A. Confidential’, de
Curtis Hanson. Él es Leonard Shelby, el atormentado
agente de seguros que no descansa hasta ver vengada la muerte
de su esposa. Su especialidad, investigador de reclamaciones,
no podía ser más apropiada. No en vano, su experiencia
profesional como astuto observador le facilita distinguir
la verdad de la mentira, hasta que él mismo se construye
una mentira a su medida, claro. Pearce está soberbio,
y si la película funciona es en parte gracias a su
inconmensurable actuación. Con su mirada y con sus
gestos es capaz de transmitir esa mixtura de confusión
y de firmeza que caracteriza al personaje. Su perplejidad
cuando su memoria le juega malas pasadas y le conduce a situaciones
inverosímiles resulta tan cómica como sobrecogedora.
Como el cine negro de antaño –véase
‘Perdición’, de Billy Wilder, o ‘El
halcón maltés’, de John Huston–,
dentro de ese gran drama que es ‘Memento’ hay
algunos momentos hilarantes: la secuencia de la persecución,
cuando Leonard se pregunta a quién está persiguiendo,
y un disparo le recuerda que él es el perseguido; la
escena del cuarto de baño, cuando transcurridos los
quince minutos que dura su memoria se extraña de tener
una botella de whisky en la mano y no estar borracho; o la
secuencia del escupitajo en la jarra de cerveza, una prueba
de lo más maliciosa. Como se infiere de estas escenas,
la voz en off es un recurso plenamente justificado para comprender
el torrente de pensamientos que desborda al personaje, unas
veces amargos, otras divertidos.
A
Guy Pearce le acompañan Carrie-Anne
Moss y Joe Pantoliano, también en estado de
gracia. La actriz y modelo canadiense saltó a la fama
tras dar vida a Trinity en ‘Matrix’. Aquí
encarna a Natalie, una camarera ambigua con una turbia vida
sentimental marcada por el contrabando de drogas. Su interpretación
para ‘Memento’ está mucho más lograda
que aquélla, ya que su personaje tiene dos caras –como
el resto, hay que decir–:
la de la fragilidad impostada y la de la manipulación
más vil y despreciable. Su momento cumbre es cuando
le espeta a Leonard: “Te
voy a utilizar. Te lo digo desde ahora porque cuando salga
lo vas a olvidar. Me voy a acostar contigo y tú no
lo sabrás”. Creo que cualquier espectador,
sea varón o hembra, está deseando que le cierre
la boca, sobre todo a raíz de llamar “puta”
y “sifilítica”
a su mujer, aprovechando que no va a poder anotar lo que le
ha dicho, ya que antes se ha cuidado bien de meter todos los
bolígrafos y lápices en su bolso. La desesperada
búsqueda de Leonard en pos de un lapicero y la paciente
espera de Natalie en el coche es terriblemente angustiosa.
La guinda es que, como casi todas las mujeres, al final consigue
lo que se propone. A esta escena pertenece asimismo uno de
esos detalles que engrandecen una película por su significación
y por su sutileza: en la secuencia anterior a la provocación
de Natalie y al golpe que Leonard le propina en la cara, haciéndole
un corte en el labio, se ve cómo éste se pasa
una mano por los nudillos al notarlos doloridos. Otra de esas
pinceladas magistrales, aún más fina si cabe,
es el flashback en que Leonard ve a su mujer leyendo un libro
y le pregunta: “¿Cuántas
veces lo has leído ya?”, a lo que luego
añade: “Creía
que el interés de un libro radicaba en no conocer el
final”. El guiño del autor a su obra queda
al descubierto. Razón no le falta. ‘Memento’
es una de esas películas que pueden verse innumerables
veces sin que pierda por ello el interés.
Joe Pantoliano también se dio
a conocer de la mano de los hermanos Wachowski, para quienes
trabajó en ‘Lazos ardientes’ y en ‘Matrix’.
En ‘Memento’ hace de Teddy, un agente policial
corrupto que, al igual que Natalie, está metido hasta
el cuello en delitos de narcotráfico. Su carácter
burlón es el contrapunto a la adustez de Leonard. Forman
una especie de extraña pareja. Aunque el agente de
seguros desconfía siempre de él, le necesita
para alcanzar su misión, y Teddy le utiliza para fines
que no quedan explícitos en el filme, pero que se intuyen
cercanos a la liquidación de cómplices en el
tráfico de drogas. Su sonrisa sardónica te produce
repulsión, pero lo que más encrespa es el hecho
de que le llame “Lenny”
en lugar de Leonard, sabiendo que no le gusta que usen el
hipocorístico porque así le llamaba su mujer.
A este respecto, el amnésico protagonista le reprende
cuando hace la broma de subirse a otro coche: “¿Sabías
que está mal aprovecharse de un enfermo?”.
Lo
curioso es que no es el único que se dirige a él
como Lenny; Natalie también lo hace en alguna ocasión.
Este detalle, casi imperceptible, también pone de relieve
la constante manipulación a la que le someten y lo
crueles que son, así que es inevitable compadecerse
de él. Sin embargo, en la última secuencia se
produce un giro inesperado que te hace ver las cosas de un
modo muy distinto. Cuando Teddy le hace dudar de su propia
identidad, él se siente acongojado y agredido, así
que decide ir a por él apuntando en el dorso de su
foto: “Don’t believe
his lies” (No creas
sus mentiras), palabras que desencadenan todo el embrollo
y que son, a la postre, la sentencia de muerte del policía
venal.
Uno de los grandes misterios de ‘Memento’ es ese plano final que pasa como un relámpago ante los ojos del espectador y donde se ve a Leonard acostado al lado de su mujer con un tatuaje a la altura del corazón que reza: “I’ve done it” (Lo he hecho). En una secuencia posterior en el tiempo, Natalie se había interesado por esa zona inmaculada de su piel, cuando se miran en el espejo y ella lee la inscripción que recorre su pecho de un extremo a otro (y que está escrita al revés, como corresponde): “John G raped and murdered your wife” (John G. violó y asesinó a tu mujer). Cada vez que mata a un John G. su vida cobra sentido. Así pues, no es esa víctima desamparada que creíamos ver, sino un justiciero enfermizo con las manos manchadas de sangre y una insaciable sed de venganza.
‘Memento’ fue todo un fenómeno en el momento de su estreno y al poco tiempo se convirtió en una película de culto. Su original montaje y su tratamiento del eje espacial propiciaron que un buen puñado de filmes creciera a su sombra buscando repetir el éxito. Los dos más conocidos fueron ‘Irreversible’, de Gaspar Noé, y ‘El maquinista’, de Brad Anderson. Por supuesto, ninguna de estas semillas dio el mismo fruto que ‘Memento’. Para el recuerdo, esta frase: “El mundo no se detiene cuando cierras los ojos”.
Tráiler de 'Memento'
Óscar Bartolomé