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Críticas cinematográficas y análisis fílmicos
Hayao Miyazaki y Studio Ghibli, con el logo de Totoro.

Las películas de Hayao Miyazaki y Studio Ghibli: Mi vecino Totoro, La princesa Mononoke y El viaje de Chihiro

Cuando Hayao Miyazaki anunció, hace menos de dos años y poco antes del estreno de su última y esperada película –y a la sazón testamento cinematográfico–, ‘El viento se levanta’ (The wind rises), que abandonaba el cine, todos los amantes de su obra nos sentimos un poco huérfanos. Han sido muchos años de carrera, primero como ilustrador y luego como cineasta, y una trayectoria impecable que empezó con clásicos de nuestra infancia como ‘Heidi’ y ‘Marco’. Luego vendría el Studio Ghibli, y con él sus mejores películas de animación: ‘La princesa Mononoke’ y ‘El viaje de Chihiro’, entre otras maravillas. Miyazaki es el padre del anime, y son muchos los mangakas (nombre que reciben los dibujantes de cómics en el país del sol naciente) que están en deuda con él. También lo están, quieran reconocerlo o no, Disney y Pixar –hoy son la misma compañía–, y mucho tienen que aprender de él.

Algunos de los personajes más emblemáticos de Miyazaki: Totoro, Mononoke, Nicky, la aprendiz de bruja, etc.El universo imaginario de Miyazaki es fabuloso, ubérrimo y prolijo en metáforas, y su mundo onírico está poblado por toda clase de criaturas y seres fantásticos, muchos de ellos, como los dragones, sacados de la mitología japonesa y de la tradición del anime. Pero hay algunos patrones comunes a toda la obra cinematográfica de Miyazaki que la hacen fácilmente reconocible, más allá del trazo de los dibujos, siempre manuales: el amor por la naturaleza y un ecologismo a ultranza que contrasta con la proliferación de extrañas máquinas voladoras sacadas de un delirio retrofuturista steam punk (los mundos fantásticos de Miyazaki son universos paralelos o ucronías donde se entrecruzan la Revolución Industrial con sus imponentes máquinas de vapor con la época victoriana y una incipiente amenaza atómica) que muestran a las claras su pasión por la aviación –no en vano, su padre, Katsuji Miyazaki, era ingeniero aeronáutico, como también lo era Jirō Horikoshi, el protagonista de ‘El viento se levanta’, conocido por diseñar el avión de combate Zero, el caza que se usó en el ataque a Pearl Harbor–. En sus películas se produce una violenta ruptura o colisión entre la conservación del medio ambiente y el avance imparable de las máquinas, que representan una amenaza constante para aquél poniendo en riesgo la vida de todos los habitantes del bosque. Los personajes de Miyazaki se dividen, pues, entre los que luchan por defender la naturaleza de las agresiones del hombre moderno, y los que quieren talar los árboles para alimentar sus corazones de hierro y su codia insaciable. La búsqueda de la conciliación entre naturaleza y modernidad es el fin último que se persigue. En ese sentido, quizás la película que mejor ejemplifica esta dualidad o dicotomía y que mejor resume la esencia de Miyazaki y su mensaje ecologista es ‘La princesa Mononoke’, la misma que le abrió las puertas de Occidente allá por 1997 y le brindó el reconocimiento de la crítica –años después, en 2001, ganaría un Oscar a la mejor película de animación por ‘El viaje de Chihiro’, tal vez su incontestable obra maestra–. La princesa Mononoke representa la tradición y la naturaleza y Lady Eboshi la modernidad y la metalurgia, y entre medio, como un elemento catalizador, aparece el forastero Ashitaka. Y a pesar de toda esa violencia que se desata en la época feudal, cuando el descubrimiento de la pólvora propicia el ocaso del samurái –sí, como en la magistral película de Yôji Yamada–, Miyazaki también ve cosas positivas en la industrialización; a saber, los puestos de trabajo y una incipiente y progresiva emancipación de la mujer. Lady Eboshi da el mismo trato a leprosos y prostitutas, fomentando la igualdad y la abolición de las clases sociales.

'La princesa Mononoke' resume la esencia del mensaje pacifista y ecologista de Miyazaki, y muestra palmariamente la confrontación entre tradición (naturaleza) y modernidad (maquinaria).Cuando uno ve una película de Miyazaki, incluso una en la que hay guerras y tensiones, siente beatitud, paz y armonía, se siente reconciliado con el hombre y con su entorno, y creo que para transmitir eso hace falta tener un espíritu muy sensible, a la par que una encomiable filosofía vital. Para mí Miyazaki es un hombre sabio, como sabio es también Terrence Malick, y el mundo está necesitado de gente así. Por eso su retirada es una mala noticia, no ya sólo para el cine, sino también para el arte, y en la medida en que el arte influye en la naturaleza humana.

El famoso Studio Ghibli (cuyo logotipo es el entrañable y bonachón Totoro, uno de los personajes inmarcesibles de Miyazaki) se fundó en 1985, y su primera película fue ‘Nausicäa del Valle del Viento’ –luego llegaría ‘El castillo en el cielo’–. Como apunte anecdótico o nota a pie de página, el nombre de Ghibli proviene del apodo que los italianos usaron para sus aviones de exploración del Sáhara en la Segunda Guerra Mundial –una vez más, la pasión por la aeronáutica, que se vería reflejada mejor que en ninguna otra película en ‘Porco Rosso’–. Y si hablamos de obsesiones, la de Miyazaki con los cerdos es harto curiosa, pues la maldición que convierte a un hombre en gorrino vuelve a aparecer en ‘El viaje de Chihiro’. Eso sí, los hechizos y las maldiciones son una presencia constante en el cine de Miyazaki. Baste recordar ‘El castillo ambulante’ (Howl's Moving Castle), donde Sophie, una joven sombrerera, tiene la apariencia de una anciana por culpa de la maldición que le echó la Bruja del Páramo, quien también transformó al príncipe Justin en espantapájaros. Y una maldición también arrastraba el príncipe Ashitaka tras dar muerte a un demonio, que en realidad era el dios jabalí Nago. Las metamorfosis, como queda claro, son el pan nuestro de cada día en su obra, tanto como los animales parlantes –abunda la prosopopeya–, incluso cuando, como en el caso de ‘El castillo ambulante’, no parte de un guión original ni de una leyenda nipona, sino que adapta una novela de la escritora británica Diana Wynne Jones. El Gatobús es una de las creaciones más originales surgidas de la fértil imaginación de Miyazaki. Aquí, junto a Totoro en el bus-stop.

Pero si hablamos de personajes emblemáticos dentro del cine de Miyazaki es obligado detenerse en ‘Mi vecino Totoro’, de 1988, donde además del orondo y risueño Totoro, rey del bosque, hay que destacar al Gatobús, una creación de lo más original. No lo son menos los duendes del polvo. En Totoro Miyazaki vuelca todo su amor por la vida campestre, y aunque es más ingenua e infantil que sus películas posteriores, las que le dieron fama y premios, tiene el encanto de ser el embrión de su inconmensurable mundo fantástico. Totoro es, por así decirlo, la Arcadia feliz de Miyazaki, su geórgica más celebrada.

Aunque bastante posterior en el tiempo –viajamos a 2008–, y esta vez en un marco acuático, ‘Ponyo en el acantilado’ enlaza con ‘Mi vecino Totoro’ en su mensaje ecologista y pacifista, así como en su carácter netamente infantil. Ya sea una niña-pez, un lobo gigante, un señor rana o un gatobús, cualquier forma de vida animal es una joya preciosa que vale la pena salvar de la destrucción del hombre. De ahí que les otorgue voz y apariencia humana.

Los hechizos y las metamorfosis están muy presentes en el cine de Miyazaki. Como botón de muestra, 'El castillo ambulante'.Claro que, llegados a este punto, habría que aclarar que Studio Ghibli es algo más que Miyazaki. Isao Takahata, socio cofundador del estudio de animación y gran amigo, es también un excelente realizador, y en su filmografía cuenta con títulos tan destacados como ‘La tumba de las luciérnagas’, una película imprescindible, de visión obligada, y que también refleja, con gran dramatismo, el hondo impacto que la Segunda Guerra Mundial dejó en Japón.

Pero las películas de Miyazaki y del Studio Ghibli no serían lo mismo sin la música del compositor Joe Hisaishi. La banda sonora de ‘La princesa Mononoke’ es mi preferida. La pieza musical de los espíritus del bosque (kodamas) es deliciosa.

Ojalá Miyazaki, pese a su provecta edad, reconsidere su decisión de alejarse del cine y nos deleite con alguna más de sus inolvidables películas.

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Óscar Bartolomé

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Con el tiempo también fui dando cabida a otros géneros literarios como el relato, los aforismos y la poesía, hasta convertirse en la plataforma o revista multicultural que es hoy en día.
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