'Moonlight', el arte y la posibilidad de ser mejores personas
Ha habido dos momentos en mi vida, relacionados con el arte, que me han marcado para siempre, al punto de que nunca más he vuelto a ver el mundo de la misma forma. El primero sucedió a mediados de 2013, pocos segundos después de que bajara la pantalla de créditos de The Last of Us. Había sido un videojuego maravilloso y su historia me había resultado conmovedora como ninguna otra hasta aquel momento, pero lo más incomprensible y entrañable del proceso fueron las lágrimas que corrían por mi rostro aún minutos después de que hubiese terminado. ¿Qué poder era aquel que me había dejado destrozado de tal manera? Fui incapaz de comprenderlo, porque no era algo tangible. No podía limitarme a decir que los gráficos eran bonitos, que la banda sonora era preciosa y que la historia estaba escrita con pasión. Sentía que diseccionar de esa manera a la obra le estaba quitando importancia, y que además era una manera necia de faltarle el respeto a algo tan grande. Pero lo mejor de aquel llanto inconsolable que hubo de durar casi una hora fue precisamente el sentimiento de estar tan cerca de la grandeza, de haber llenado el vacío existencial que estaba siempre tan presente; la imposibilidad de articular palabras sólo estaba ahí para confirmarme que había estado ante algo tan bello que nunca más volvería a sentir lo mismo.
Dos años después, leí El amor en los tiempos del cólera. Tardé tres meses en leerlo, pues era de los primeros libros que tocaba, y fue el primero con el que me sentía triste a medida que pasaban las páginas tal y como me había ocurrido con The Last of Us a medida que jugaba. Parte del tiempo del último mes, apenas lo toqué por mucho que quisiera sólo por el miedo a que se terminase, pero cuando el tiempo de pasar la última página llegó, no pude imaginar que el impacto fuese tan grande. Esa vez las lágrimas no cesaron hasta un par de horas después, y fue sólo luego de secarme el rostro que un yo más maduro se convenció de lo poderoso que podía ser el arte, de la manera inexplicable y única que tenía de retorcerle a uno el alma. Mi vida había cambiado para siempre. Desde entonces me dediqué a buscar experiencias similares, otros vínculos así de profundos, porque se había arraigado en mi mente la idea de que el arte podía hacernos ver el mundo de maneras muy distintas, de que podía hacernos mejores personas.
Llegaron muchas novelas, muchas películas y muchos videojuegos después, y mentiría si dijera que otras obras no han conseguido emocionarme, pero a partir de aquellas veces nada volvió a ser tan especial, sencillamente porque fueron los momentos en que se me abrieron los ojos hacia nuevos mundos, y esos jamás podrán repetirse.
Sin embargo, esta vida es impredecible y siempre nos está sorprendiendo, incluso en los peores momentos. Antes de la ceremonia de los Oscar, fui al cine a ver Moonlight, que es una película que había sido aclamada mundialmente desde el momento de su estreno y que la crítica etiquetaba como una obra maestra. Cuando ocurren cosas como esta, es muy difícil intentar bajar las expectativas, aun sabiendo que la decepción es probable cuando se habla de algo tan grande. Así fue como salí del cine indiferente, pero con una sensación extraña, como si no hubiese podido entender lo que todos los demás estaban viendo. Me pasé la tarde leyendo las críticas publicadas en periódicos como The New York Times, The Guardian o Rolling Stone tratando de darle un sentido a mi indiferencia, y llegué a críticas que habían sido escritas por usuarios en diferentes páginas. Antes de hablar sobre los argumentos en contra de la película, quiero dejar claro que Moonlight es una cinta complicada, no porque sea particularmente difícil entender los temas que trata, ya que los hemos visto retratados muchísimas veces. Intentaré resumir la historia en una oración: es el relato de la vida y el crecimiento de un niño negro y homosexual en los suburbios de Miami. A partir de esto ya se pueden sacar bastantes conclusiones, pero es crucial evitar sacar falsos presupuestos sobre por qué se han elegido estos temas, porque siempre es muy sencillo malinterpretar las cosas. Un hombre que salió del cine sin haberse podido identificar con los personajes dijo en un foro que la película no conseguía transmitirle nada porque él ni es un negro, ni es un delincuente, ni es un homosexual. El resto de la noche me quedé pensando si era posible que me haya pasado lo mismo, si realmente era eso lo que me había impedido disfrutar de la película, pero la simple duda me repugnaba. Elegí pensar que había sido a causa de las altas expectativas.
Hoy fui a ver Moonlight por segunda vez. Había pocas personas en el cine, y reparé en la suerte que había tenido. La primera vez hubo risas, charlas, largos y ruidosos bostezos, ronquidos, incluso personas aplaudiendo sarcásticamente al caer los créditos. Cuantas menos molestias, mejor, pensé. Entonces me dediqué a analizar la película apartado por apartado, intentando sacar a relucir mi mejor criterio en busca de todo lo que me había perdido en el primer visionado. Antes de darme cuenta, estaba sumergido en ella. La dirección era brillante, la fotografía merecía por sí sola un texto aparte, la música, minimalista y bella, acompañaba perfectamente cada una de las escenas, y yo por fin estaba consiguiendo encontrar esa magia que tanto se comentaba. Finalmente, cuando apareció el título de la película en pantalla, el sentimiento que cuento al principio del texto había regresado: estaba destrozado. Era una emoción tan intensa, que hasta sentí arrepentimiento por tratar de diseccionarla como he hecho en este párrafo; era una obra que no se lo merecía, sentía tanto respeto por ella que me parecía estúpido cuestionarla. Entonces todo estaba claro: el comentario de aquel hombre en el foro, las señoras que salían disgustadas diciendo que era una mariconada, los adolescentes que habían estado mirando el teléfono y riéndose la mayor parte de la película.
Que Moonlight trate sobre un chico negro y homosexual es todo un acierto precisamente por esas personas, por las que no son capaces de dejar atrás los prejuicios y los complejos que arrastran y señalan con el dedo a lo distinto. Uno se puede concientizar de lo potente y profundo que es el mensaje cuando es visible hasta en la propia sala del cine, porque Moonlight, en el fondo, no es más que la historia de un chico atormentado por una vida dificilísima, y de cómo, por circunstancias muy adversas, se vio alejado de las personas que amaba, entre ellas el amor de su vida. Dicho así, no parece algo tan distinto, ¿verdad? Es muy sencillo sentirse identificado con una historia de amor cuando la pareja protagonista es blanca, atractiva y heterosexual. No rompe convenciones, es lo que los occidentales estamos acostumbrados a ver, lo único que muchas personas están dispuestas a tolerar. Y de pronto aparece una película así, que a ojos de muchos contiene barreras incomprensibles como son la raza y la sexualidad, y que por tanto ha sido acusada como una obra hecha para los Oscar, para ganar premios por lo atrevida que es y poco más. De ser así, ojalá que todas películas hechas para ganar premios fuesen así y me conmoviesen de esa manera. Jamás había soltado tantas lágrimas en el camino del cine hacia mi casa; ese es un mensaje verdaderamente poderoso.
Moonlight crece y se alza entre lo más grande del cine moderno cuando dejamos a un lado las etiquetas de mal gusto y pasamos a darnos cuenta de que los protagonistas son seres humanos como nosotros, que sufren, ríen y aman. Una prueba más de que el arte, además de conmovernos, puede educarnos.
Tráiler de 'Moonlight''
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Sebastián Montesinos Funegra