Sobre El Parnasillo

Dentro del actual panorama cinematográfico, y tras el éxito crítico de 'Lost in Translation', Sofia Coppola se presenta como uno de los nombres más prometedores para el futuro inmediato. Si su padre, Francis Ford Coppola, ya despuntó en los 70 con obras tan incontestables como ‘El padrino’ (1972), su hija parece incluso apuntar a la superación de su progenitor.
Nacida en Nueva York en 1971, esta
menuda directora, cuyo nombre completo es Sofia Carmina Coppola,
se crió en medio de platós de cine, con lo que
no era de extrañar que, tarde o temprano, de alguna
forma iniciara su relación con el séptimo arte.
Tras pequeñas apariciones como extra en algunos films
de su padre, su debut serio como actriz fue sustituyendo a
Winona Ryder en el rol de Mary Corleone para ‘El padrino
III’ (1990), interpretación que le valió
un tremendo vapuleo por parte de la crítica. Seguramente,
esto produjo que a la joven Coppola se le quitaran las ganas
de actuar, pero no dejó de lado sus inquietudes artísticas,
y azuzada por su hermano, y a través de la productora
fundada por su padre (American Zoetrope), se
ha convertido en una de las grandes esperanzas del actual
cine americano. La prueba de su talento se constata con la
visión de sus, hasta el momento, dos únicas
películas: ‘Las vírgenes
suicidas’ (1999) y ‘Lost
in translation’ (2003). Personalmente me atrevo
a calificarlas como dos obras maestras.
Más impresionantes deben parecernos los resultados si tenemos en cuenta que cuando realizó su ópera prima sólo contaba con 26 años, una auténtica lección de madurez y sensibilidad. El estilo de Sofia Coppola se presenta como sencillo pero a la vez complejo, triste y al mismo tiempo luminoso, onírico y con toques de fantasía pero enmarcado en un ambiente de realidad. Su cine es capaz de transmitir con el silencio (algo sólo al alcance de los grandes), ayudada por excelentes actores a quienes la cineasta es capaz de sacar lo mejor de sí mismos. Parece una de esas realizadoras con quien todos los intérpretes se desviven por colaborar. Más acentuado esto último en las actrices, pues Sofia consigue dibujar a su personajes femeninos desde una óptica muy pocas veces vista. Si se considera a Jane Austen el principal baluarte de la mujer en la novela, Sofia Coppola lo será en el cine. Sus películas son una elegía al sexo femenino, creando retratos de mujeres tan bellos como misteriosos e interesantes. En su filmografía se atisba la idea central de que cada mujer es semejante a un universo insondable y enigmático. Rodeadas de un ambiente pesimista que, empero, no produce la plomiza sensación de amargura que transmiten otros cineastas como el sueco Ingmar Bergman, sus películas se presentan como cuentos de hadas para finalmente dejar sitio a la reflexión, la ambigüedad y las múltiples lecturas, sin que por ello se tengan pedantes pretensiones metafísicas. De hecho, frente a otras películas con enrevesadas e intrincadas tramas que precisan de un perfecto seguimiento y desciframiento por parte del espectador, las películas de Coppola se disfrutan aunque algunos personajes o acciones se manifiesten sorprendentes o difícilmente comprensibles. Rodeadas de un envoltorio muy atractivo, desde el punto de vista cinematográfico, nos dan la sensación de enigma donde algunas piezas han quedado sin encajar, siendo el espectador el que puede colocarlas si lo desea.
La calidad técnica de sus trabajos
es de una factura impecable. Imágenes y sonido se unen
para expresar los sentimientos y los pensamientos más
escondidos de los protagonistas. Con un innegable gusto para
la estética y el acompañamiento musical, sus
películas muestran asimismo la evidente capacidad
para recrear el ambiente que rodea esos personajes. Ya sea
la América de los setenta o el Tokio del nuevo milenio,
los escenarios se plasman como una sucesión de bellísimas
fotografías, alcanzando cada uno de los fotogramas
en sí mismo una radiante belleza plástica.
Para su primer film, la directora recogió una novela de Jeffrey Eugenides que ha pasado a considerarse libro de culto. La ya citada ‘Las vírgenes suicidas’ se presenta como una antítesis de otro clásico americano, las ‘Mujercitas’ de May Louise Alcott. La novela de Eugenides habla de un grupo de hermanas, las Lisbon, encerradas en la presunta libertad que se supone a la casa de su conservadora madre, y a los Estados Unidos de la década de los setenta. Visto desde una mujer, pero a la vez narrada a modo de flash-back desde la fascinación que un grupo de chicos sienten por las hermanas, la habitación de estas cinco pléyades (Cecilia, Lux, Mary, Therese y Bonnie) aparece como un enigmático santuario inaccesible a cualquier intruso. Además, el quinteto de rubias se muestra estrechamente relacionado, sintiendo las otras cuatro los sufrimientos o alegrías de una de ellas, si bien Lux ejerce como líder del grupo.
El suicidio aparece como un mal endémico entre las jovencitas de ese espacio geográfico. Usando como metáfora un presunto virus, el carácter surrealista y de fantasía queda bien patente. De hecho, ya los primeros momentos denotan el alejamiento de lo corriente, cuando las cinco hermanas nos son presentadas al estilo de un cómic.
Uno de los roles principales del film
corresponde a Kirsten Dunst
(Lux), quien se muestra como una irresistible tentadora para
la comunidad de adolescentes que la rodea. Esta joven actriz
ya deslumbró en sus inicios con ‘Entrevista con
el vampiro’(1994), la excelente adaptación que
de la novela de Anne Rice realizó el irlandés
Neil Jordan.
Dentro de una irregular carrera en cuanto a la calidad de
los títulos se refiere, ‘Las vírgenes
suicidas’ se presenta como uno de los mejores trabajos
de Dunst, con la que la directora quedó tremendamente
satisfecha. Prueba de ello es que en la esperadísima
nueva película de Coppola, ‘María
Antonieta’, la actriz asumirá el rol de
reina de Francia, o lo que es lo mismo, será el sostén
en que se basará todo el film.
Por su parte, Kathleen Turner, que fue todo un sex-symbol en la década de los ochenta con títulos tan célebres como ‘El honor de los Prizzi’ (1985), ‘Tras el Corazón Verde’ (1984), y muy especialmente ‘Fuego en el cuerpo’ (1981), fue rescatada del ostracismo por la genial directora, quien la consideró ideal para el papel de la odiosa Sra. Lisbon. Recuperando su capacidad para los papeles de mujer inquietante (recuérdese la mencionada ‘Fuego en el cuerpo’), Turner se muestra impecable como una autoritaria madre, tanto con las hijas como con el marido (James Woods), que podríamos comparar a las de Jane Austen (como es el caso de la Sra. Bennet en ‘Orgullo y Prejuicio’), pero dotándola de una perfidia que recuerda a las madrastras de los cuentos infantiles, y de un puritanismo semejante al de la Bernarda Alba ideada por Federico García Lorca. La maldad de la Sra. Lisbon viene dada por su dogmática idea de la religión, que provoca la reclusión y el encerramiento de las chicas, obligadas a ejercer forzosamente como vestales.
Y otro intérprete a quien Coppola dio una de sus grandes oportunidades fue al genial cómico Bill Murray (‘Los cazafantasmas’, ‘Atrapado en el tiempo’), esta vez en su segundo trabajo, ‘Lost in translation’.
Murray, alejado de sus habituales
registros, representa a la perfección el adulto escéptico,
acostumbrado a los golpes de la vida, de vuelta de todo, pero
que tiene la suficiente fuerza para dejar un resquicio a la
ilusión y a la esperanza. A su vez, y aunque resulte
un poco vergonzoso decirlo, Murray
resulta gracioso en su patetismo, pues su imagen de taciturno
le presenta como un personaje desubicado y perdido, que no
deja de cuestionarse qué demonios hace en medio de
la capital nipona. Los llamativos avances tecnológicos,
tan comunes en el país asiático, se presentan
como una serie de odiosos artilugios que provocan pesadillas
a Bob Harris (Murray). Sin embargo, en momentos como en el
que destroza la célebre canción de Roxy Music,
‘More than this’, Murray inspira compasión
y simpatía, pues dentro de su melancolía no
se resigna a perder un sentido del humor que le presumimos
innato.
Como actriz principal de este segundo film, Sofia Coppola eligió a la estupenda Scarlett Johansson. Al igual que Kirsten Dunst, Johansson lleva haciendo películas desde una muy temprana edad, forjándose un nombre a partir de su convincente colaboración con Robert Redford en ‘El hombre que susurraba a los caballos’(1998). Coppola le dio el espaldarazo necesario para encumbrarla como una de las más famosas y cotizadas estrellas del huérfano momento actual.
Como si de una película de Fellini se tratase, el film comienza con un primer plano del trasero de la Johansson. Presentando a su heroína tumbada de espaldas como ‘La venus del espejo’ de Velázquez, la directora nos anuncia que vamos a asistir a la composición de un intrigante y magnífico retrato femenino. Charlotte (Johansson) vive en un matrimonio que le condena a la más absoluta soledad. La profesión de su marido (un fotógrafo a quien da vida Giovanni Ribisi) obliga a ambos a estar muchas veces separados, pero, aun cuando comparten su tiempo, la distancia entre la personalidad de ambos es enorme. Buscando refugio en el ikebana, los locales nocturnos, los libros de autoayuda o los santuarios, Charlotte intenta escapar al tedio y la aparentemente irreversible amargura que le produce el pasar de los días. En una secuencia maravillosa en que Charlotte se encuentra en un templo, y observa cómo una joven nipona se dirige a contraer matrimonio, la protagonista intuye en la afligida y sumisa mirada de la asiática un destino similar al suyo.
Y es precisamente a partir del momento en que estos dos errantes, Bob y Charlotte, se unen, cuando da comienzo una enternecedora relación, pues esta segunda película de su autora narra, desde una extraordinaria sutileza, la historia de amor entre ambos. Para un occidental, un viaje a Japón supone el sumergirse en un universo totalmente distinto y desconocido. Y así es precisamente como los protagonistas del film se sienten. Ambos están sin rumbo, desengañados con sus respectivas relaciones, sintiéndose en todo momento como dos seres fuera de su hábitat natural. En medio de su deambular, cada uno de ellos encontrará en el otro un semejante en quien apoyarse. Pero, lo que en principio comienza como amistad, se acaba transformando en amor, aunque en ningún momento llegan a decirse que se quieren (“No hace falta decir nada”, como le decía Gregory Peck a Audrey Hepburn en ‘Vacaciones en Roma’). Juntos pasan ratos de auténtico placer, como el del karaoke, o aquél en que disfrutan viendo a Marcello Mastroianni y Anita Ekberg en ‘La dolce vita’ de Federico Fellini, momentos imposibles de imaginar entre Charlotte y su esposo.
Por otro lado, al contar la película con un final tan incierto, el espectador puede elegir a la hora de imaginarse qué ocurrirá con ambos. Que cada cual piense lo que más le guste (Sofia vuelve a transformar el cine en una máquina de sueños).
Como ya se ha dicho, ‘Lost in
translation’ cuenta con el aliciente de presentar un
escenario de lo más deslumbrador. Si en sus tiempos,
Akira Kurosawa, Kenji Mizoguchi o Yasujiro Ozu aprovecharon
el exotismo y fascinación que su país y cultura
producían en los occidentales, algo similar ocurre
en el film de Coppola. La belleza y el encanto del país
del sol naciente están presentes en cada secuencia.
Luces
de neón, templos que recogen ofrendas a los dioses,
o el Fuji Yama se presentan como ideales fondos para la interacción
de los protagonistas. Por otro lado, las ingentes y mecánicas
masas de japoneses que pueblan las calles de Tokio refuerzan
la idea de que son ellos lo que interesa en medio de un ambiente
planificado y sin lugar para la improvisación.
Habiendo mencionado a Ozu, habría que decir que en algún momento del film me parece percibir alguna influencia de éste en Sofia a la hora de dirigir. Los planos largos, con cámara fija, y con parsimonia en los diálogos y el movimiento recuerdan un tanto a los registros del maestro japonés.
Todo lo comentado da idea que ambos films son obra de una mente despierta, inteligente y sensible, con todavía mucho que contar. Poco a poco el estilo Sofia Coppola parece irse definiendo. Dentro de poco, la actual pareja de Quentin Tarantino nos dará a conocer su nuevo trabajo, la ya nombrada ‘Maria Antonieta’. Como adorador de la Historia, del cine de época, de Kirsten Dunst y de la propia Sofia Coppola, espero con ansiedad que llegue el momento del estreno. Veremos si con este nuevo film, esta directora es capaz de dar un nuevo salto de calidad a su cine, lo que de consumarse auguraría una carrera de impredecible éxito artístico.
Scaramouche