The Affair, crítica de la serie con Dominic West (Noah Solloway) y Ruth Wilson (Alison Lockhart)
Una de las series revelación de este año 2014 que ya está a punto de decirnos adiós ha sido ‘The Affair’ (las otras serían, con todo merecimiento, ‘Fargo’ y ‘The Knick’). Debo reconocer que cuando supe de ella no me sentí muy interesado, pero nada más ver el capítulo piloto, me enganchó. Sé que suena frívolo y banal, pero si le di una oportunidad fue más que nada por su reparto, en el que destacan Dominic West (el díscolo detective Jimmy McNulty en ‘The Wire’), Ruth Wilson (la brillante psicópata Alice Morgan, compañera de fatigas de Luther), Joshua Jackson (Peter Bishop en ‘Fringe’) y Maura Tierney.
Luego descubrí, y esto ya fue definitivo para darle una oportunidad, que el guión era obra de Hagai Levi y Sarah Treem, artífices de la estupenda y añorada ‘In Treatment’ (cómo se te echa de menos, Gabriel Byrne), y que estaba producida por Showtime, que desde ‘Shameless’ no tenía una serie puntera (‘Californication’ se perdió en el pozo del olvido hace mucho, mucho tiempo, desde que Hank Moody se convirtió en una parodia de sí mismo).
Probablemente lo más llamativo en ‘The Affair’ es su narración paralela. Cada capítulo está estructurado en dos actos. En el primero, por lo general, se nos ofrece la versión de los hechos de Noah Solloway, y en el segundo, la de Alison Lockhart. Es curioso el contraste que se produce entre ambas versiones, y cómo los hechos cambian sustancialmente de una a otra. Al principio son pequeños matices, como ese encuentro en la playa en el que, según Noah, Alison le ofrece un cigarrillo (y según Alison, sucede justo al contrario), que en su aparente futilidad y sutileza esconden una gran fractura. Mucho más radical es esa escena sexual sobre el capó de la furgoneta de Cole, que Noah ve como una violación y que Alison interpreta como una mera provocación. Las diferencias entre ambas versiones se van agudizando a medida que avanzan los capítulos, y ya al final, en la tensa secuencia de la pistola en el rancho de los Lockhart, la brecha es insalvable, con esa aparición y desaparición, a conveniencia del narrador, del malogrado Scotty.
Lo que me parece más curioso de este juego de visiones y versiones (que, dicho sea de paso, coadyuva enormemente a la trama policial que se desarrolla en paralelo, con la toma de declaraciones en la sala de interrogatorios) no es tanto adivinar las intenciones ocultas de cada personaje y sus motivaciones para tergiversar o manipular la realidad, sino el efecto que esto provoca en el espectador. Creo que no me equivoco si afirmo que todos nosotros, seamos hombres o mujeres, creemos más la versión de Alison. Inconscientemente tendemos a desconfiar de las intenciones del hombre y nos parece mucho más verosímil la implicación emocional de la mujer, a la que atribuimos cierto candor e inocencia. Es un mecanismo cultural que aprendemos desde que nacemos. Para los hombres el amor es un juego, mientras que para las mujeres es un asunto de capital importancia. Así pues, sin planteárnoslo seriamente, nos resulta cuando menos sospechoso que un hombre casado y padre de cuatro hijos que a la sazón es escritor y lleva una vida acomodada gracias a la familia de su mujer (hecho éste que le hace sentirse menospreciado, en especial por vivir a la sombra del éxito editorial de su suegro), se enamore de una camarera de pueblo sin estudios y sin mundo. Indefectiblemente, confiamos más en la autenticidad de los sentimientos de ella. Le adjudicamos ipso facto el papel de víctima, y más aún cuando sabemos que perdió a su hijo Gabriel y que aún no ha superado esa terrible pérdida. En adición, hemos de suponer que quien más se arriesga y pone en juego en esa relación es Alison, no ya por estar casada (en eso los dos están a la par), sino por el peligro constante a ser descubierta, pues no olvidemos que vive un pequeño pueblo de veraneo, Montauk, donde todos se conocen. Y ahí es donde interviene Oscar (un sosias del Yago de ‘Otelo’), el dueño de The Lobster Roll, donde Alison trabaja de camarera, que es el primero en advertir los devaneos de su empleada con el veraneante cuarentón, y que hace todo lo posible por dinamitar esa relación, llegando incluso al chantaje.
¿Cómo creer que es la joven y guapa Alison quien seduce a un hombre maduro que siempre viste con unos ridículos pantalones cortos y unas camisetas horteras? Pues en la versión de Noah ella es siempre la más resuelta y decidida, mientras que él se resiste todo lo que puede antes de cometer adulterio. Es palmario que ella está atravesando una crisis de valores provocada por una tragedia de hondas dimensiones que le hace sentirse culpable y culpar, a su vez, a su marido, y que de algún modo trata de llenar ese vacío con él. Ese affaire le ayuda a evadirse de sí misma arrastrándola a una espiral de fatalidad. Para él, en cambio, todo parece una aventura estival condenada a una existencia efímera, con el agravante, si se quiere, de que le sirve de argumento para la novela que está escribiendo y en la que estaba bloqueado, pues no hay mejor argumento que la vida misma, con todas sus vicisitudes. Sus hechos (o los hechos de Noah contados por Alison) desmienten sus palabras y sus arrebatadas declaraciones de amor, y eso le convierte en un tartufo. Da la sensación de que Noah necesitaba una aventura para salir del bloqueo creativo (y emocional), pero si lo único que quería era sexo, ¿por qué no se acostó con la chica de la piscina? Algo que sí hace, por cierto, tiempo después del primer contacto, cuando él está separado y ella comprometida; es decir, en la situación inversa a la de la primera vez. Por esa misma mentalidad de profundo arraigo cultural a la que me refería antes, sólo concebimos que una mujer esté dispuesta a dejarlo todo por un hombre cuando está enamorada, mientras que el hombre casado, según el tópico, siempre promete dejar a su mujer y al final nunca la deja, porque valora más la estabilidad del matrimonio que la incertidumbre de la pasión.
Y a pesar de todo lo expuesto, una versión es tan creíble o falaz como la otra, y como la verdad siempre está tamizada por la subjetividad del individuo, nunca la conoceremos. Esto convierte a ‘The Affair’ es una ficción de doble fondo.
La estructura narrativa de ‘The Affair’ no es nueva, pero sí funciona a la perfección, y no podemos decir que la reiteración de sucesos caiga en la tautología. Son como los cuentos contados dos veces, de Nathaniel Hawthorne. Quizás el mayor problema que pueda tener esta narrativa audiovisual sea la dificultad de aguantar con empaque el paso de las temporadas. De hecho, si no fuera porque el season finale abre nuevos cliffhangers sobre la implicación de Noah en el asesinato de Scotty, la serie bien podría haber finalizado con el décimo capítulo. La película por antonomasia que muestra versiones de un mismo suceso desde el punto de vista de distintos personajes es ‘Rashomon’, de Akira Kurosawa.
‘The Affair’ nos enseña hasta qué punto la realidad es un artificio, una invención, y cómo la mirada construye la realidad, con toda la arbitrariedad de su carga semántica. Definitivamente, nada es lo que parece, y lo que parece a menudo tampoco lo es.
'Container', de Fiona Apple
Tags: The Affair, Dominic West, Ruth Wilson, Joshua Jackson, Maura Tierney, Noah Solloway, Alison Lockhart, Cole Lockhart, Helen Solloway, Hagai Levi, Sarah Treem, Fiona Apple, Showtime.
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Óscar Bartolomé