Blade Runner (1982), explicación final, crítica y análisis filosófico
Para entender la gestación de un fenómeno sociocultural del calado de 'Blade Runner' y encontrar una explicación satisfactoria a sus múltiples significados hay que remontarse a los inicios del cine.
La ciencia ficción ha sido desde sus orígenes un género ligado a la serie B, que se exportó del cómic al cine allá por los años 30. Tim Burton hizo popular la figura de Ed Wood, el paradigma del director mediocre y sin un duro que se las ingeniaba de cualquier manera para crear un película infumable con ínfulas pseudocientíficas. Fue, sin duda, la mejor interpretación de Johnny Depp, que consiguió enternecer al espectador con las cuitas de un realizador que, si bien tenía un talento innato para sacar el máximo partido al escaso presupuesto de que gozaban sus filmes, era del todo inconsciente de las limitaciones de su ingenio.
Lo que pocos saben es que, en realidad, la ciencia ficción nació para el celuloide pocos años después de patentarse el cinematógrafo. El pionero en estas lides fue el gran Georges Méliès, un creador único que, cuando los Lumière aún seguían dando a su invento una función meramente documental, él ya era consciente de su increíble potencial. En el año 1902 rodó 'Viaje a la Luna', una explosión de imaginación que retomaba la línea trazada por Julio Verne. Años más tarde dirigiría joyas tales como 'El Melómano' o 'El Reino de las Hadas'. Ningún director –con la única excepción de Kubrick– ha cuidado tanto del resultado final de sus obras como él, que tenía la costumbre de pintar los negativos para dar una pátina de color a elementos tan llamativos como el fuego o el agua.
En la década de los 20, Fritz Lang alcanzó una de las cumbres de la ciencia ficción con la conspicua 'Metrópolis' (1926), una película cuya influencia a nivel artístico ha llegado hasta nuestros días. El ambiente opresivo de una ciudad con altos edificios y calles angostas, tan connatural al expresionismo, y a películas emblemáticas del género como 'El gabinete del Doctor Caligari', de Robert Wiene, o 'Las tres luces', del propio Lang, se tomó prestado en filmes como 'Matrix' o 'Dark City'. La importancia de 'Metrópolis' es tal que hasta el momento tiene el mérito de ser la única película declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Está claro que en esa decisión pesó no poco su mensaje marcadamente marxista y mesiánico.
Unos años más tarde, y antes de embarcarse rumbo a EE.UU. ante el auge del III Reich –Lang rechazó la proposición de Goebbels de convertirse en el director del Instituto de la Cinematografía del Nacionalsocialismo–, el genial director austriaco, en colaboración una vez más con su esposa y guionista Thea von Harbou, dejó para la posteridad otra excelente película: 'La mujer en la Luna' (1929), que es conocida, además de por su valor cinematográfico, por haber sido la fuente de inspiración para la NASA a la hora de hacer la cuenta regresiva en el lanzamiento de las naves espaciales. Estas películas tan megalómanas nunca se habrían realizado sin el respaldo de la UFA Films, la mayor productora por aquel entonces a nivel mundial, y cobijo de todos los cineastas expresionistas curtidos en el Teatro de Berlín de Max Reinhardt.
Sin olvidar 'La invasión de los ladrones de cuerpos', de Don Siegel, no fue hasta el año 1968 cuando se volvió a plantear una película de ciencia ficción con más aspiraciones que las de epatar a un público adolescente ávido de marcianos y platillos volantes. Con '2001: Una Odisea del Espacio' Kubrick reinventó el género, dotándolo de una profundidad de la que carecía. Por más que muchos se empeñen en ver en ella una película huera y grandilocuente, '2001' es la conjunción más notable que se ha producido nunca entre tres artes: el cine, la literatura –con 'Así habló Zaratustra', de Nietzsche– y la música –con la pieza homónima de Richard Strauss–. Este filme es más que una elipsis memorable; es mitología del celuloide.
Kubrick había puesto el listón muy alto en este género, pero hete aquí que llegó Ridley Scott, un director que sólo contaba en su haber con un filme ( 'Los Duelistas', basado en un relato de Joseph Conrad), y en un período de tres años rodó dos obras maestras: 'Alien, el octavo pasajero' (1979) y 'Blade Runner' (1982). Es difícil encontrar en la filmografía de algún cineasta un despegue tan fulgurante como éste, y también es difícil que a un inicio tan prometedor le suceda una trayectoria entreverada de fracasos estrepitosos ( 'La tormenta blanca' , 'La teniente O´Neill' ), películas menores ( '1492: La Conquista del Paraíso' , 'Hannibal' ) y películas que, pese a ser buenas, no están a la alturas de sus primeras creaciones ( 'Thelma y Louise' y 'Gladiator' ).
Ridley Scott se definió a sí mismo como un mercenario y, como tal, está al servicio del que más paga. Su talento está fuera de toda duda, pero su desmedida ansia pecuniaria ha sido un obstáculo para que su carrera fuera más sólida. Toda película es un producto, pues aspira a obtener unos beneficios, pero un director debe jerarquizar sus intereses en función de sus ambiciones, ya sean intelectuales, sociales o simplemente mercantiles. Scott se decantó por esta última senda, y con ello se echó a perder. No obstante, tiene un dominio del medio audiovisual tan acendrado que aún sigue siendo capaz de crear obras relevantes. Por si fuera poco, sus inquietudes –y su bolsillo, que nunca le abandona– también abarcan otros campos, como la publicidad, donde es un consumado maestro. Basta ver el anuncio que ideó para la marca Apple para darse cuenta de su prodigiosa imaginación. Conmemorando el año en que se cumplía la apocalíptica profecía lanzada por George Orwell, asestó un duro golpe a Microsoft convirtiéndolo en el Gran Hermano de la célebre fábula futurista '1984' .
'Blade Runner' es una adaptación de la novela de Philip K. Dick '¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?' a cargo de David Webb Peoples (quien también escribiría, entre otros, el guión de la genial película de Terry Gilliam 'Doce Monos') y Hampton Fancher. Philip K. Dick se ha hecho muy famoso en los últimos tiempos, pues sus obras han servido de inspiración a películas como 'Desafío Total' o la más reciente 'Minority Report' . Pasa por ser uno de los autores más destacados del género de ciencia ficción, junto con Ray Bradbury y Aldous Huxley. Existe unanimidad a la hora de designar a su primera novela citada como su mejor creación. No es 'Fahrenheit 451', y tampoco contiene las reflexiones filosóficas y el halo poético de su adaptación, pero es una novela muy recomendable. Desgraciadamente, Philip K. Dick nunca llegó a ver la película estrenada, pues falleció el mismo año de su estreno, en 1982, aunque sí tuvo acceso poco antes a una copia de 40 minutos.
Aunque fuera una adaptación de '¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?' (me cuesta imaginar una película con un epígrafe tan largo y surrealista, difícil de retener en la memoria y nada comercial), el título de la película proviene de la novela The Bladerunner, de Alan E. Nourse, y de Bladerunner, A Movie, un ensayo cinematográfico escrito por William S. Burroughs; aunque, con independencia del título, ninguna de estas obras presenta similitudes temáticas con la película.
Si antes hablaba de la influencia de 'Metrópolis', la de 'Blade Runner' no es menos notable. Ridley Scott introdujo la novedad de fusionar dos géneros, la ciencia ficción y el filme noir, creando así un híbrido muy sugerente, una distopía futurista donde la superpoblación y la contaminación han hecho estragos en la sociedad multicultural. El mundo de 'Blade Runner' es un mundo globalizado, como una torre de Babel o el Jardín de las delicias de El Bosco. Hay una mezcla de culturas, razas y religiones (como los hare krishna), los rascacielos que descollan en el skyline parecen zigurats o pirámides mayas y se habla una interlingua. Los más afortunados viven en las colonias exteriores, donde los replicantes trabajan como esclavos. La narración en primera persona, a imitación de las novelas de Raymond Chandler o Dashiell Hammett, con la incorporación de la voz en off de Rick Deckard (Harrison Ford), dota al personaje de una introspección psicológica que, a la postre, deviene el armazón sobre el que se asienta el filme. Pero las huellas del cine negro no se quedan aquí. No falta la clásica femme fatale, Rachel (Sean Young). El ambiente por el que se mueven los personajes, la ciudad de Los Ángeles en el año 2019, está impregnado de una neblina mefítica producida por la lluvia ácida. En los despachos predomina una oscuridad rasgada por los haces de luz que penetran a través de los intersticios de las persianas. Los ventiladores giran sus aspas con una cadencia tan perezosa como los movimientos de los personajes. La gabardina de anchas solapas es la indumentaria más repetida. Los personajes tienen rostros inexpresivos –el visaje que compone Harrison Ford no dista un ápice del de Humphrey Bogart en 'El halcón maltés' – y una especie de melancolía, escepticismo y hartazgo vital.
No haré nada por lo que el Dios de la biomecánica me impida la entrada en su reino"- Roy Batty a Tyrell.
Otras influencias estilísticas de 'Blade Runner', reconocidas por su director, son el cuadro 'Nighthawks', de Edward Hopper, y el cómic 'The Long Tomorrow' ("la historieta de 16 páginas más influyente de la historia"), escrito por Dan O'Bannon y dibujada por Moebius, además del artista conceptual Syd Mead y de la revista francesa de ciencia ficción Métal Hurlant, tan influyente como lo fue H. R. Giger para los diseños orgánicos futuristas de 'Alien'.
Analizar la estética cyberpunk de 'Blade Runner' daría para un capítulo aparte (la arquitectura decadente de los majestuosos Ennis House, de Frank Lloyd Wright, y los almacenes Bradbury de George H. Wyman, así como los efectos especiales de Douglas Trumbull o la fotografía de Jordan Cronenweth), pero eso ya lo han hecho otros antes que yo, y considero que tiene más interés discurrir sobre el significado de sus imágenes. La clave para entender esta película está en el ojo, en ese ojo que mira al espectador en el arranque del filme y en cuyo iris se ven reflejados los destellos luminosos de las explosiones que sacuden el cielo macilento de la urbe –su color azul sugiere que es el ojo de Roy Batty (Rutger Hauer)–. La importancia del ojo está subrayada por la cantidad de veces que aparece en primer plano: el ojo de los replicantes que se someten al test de Voight-Kampff , el ojo del búho de Rachel, los ojos del fabricante Chew, los ojos del Doctor Tyrell que Roy Batty hunde en sus cuencas, los ojos de Pris (Daryl Hannah) que Batty cierra en señal de dolor por su muerte, etc. Y es significativo que los replicantes siempre eligen el mismo modo de matar: hundir los pulgares hasta hacer estallar los globos oculares de su víctima. 'Blade Runner' es un tratado sobre la visión, en la línea de la 'Dioptrique' de René Descartes. El ojo procesa alrededor del 80% de la información de nuestro entorno. El ojo es señal de vida, pues cuando se bajan los párpados, o se está muerto o se está dormido –que no es sino la forma de estar muerto en vida–. A los replicantes se les escapa la vida, que es lo mismo que decir que están perdiendo la vista. Roy Batty declama en su famoso monólogo:
He visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser... Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir.
¿Hay en la Historia del Cine una frase más profunda y que a la vez resuma con tanta claridad el sentido de la película en que se enmarca? Los ojos, que en el caso del Nexus 6 eran prestados, le sirvieron para acumular experiencias. Por medio de ellos se sintió vivo, él, que era un replicante –en la novela se les conoce con el nombre de andrillos, y en el doblaje al español les llaman pellejudos–. Es de una belleza empírea que una lágrima pueda arrebatarte la memoria, porque, no lo olvidemos, el ojo está conectado al cerebro mediante el nervio óptico, y el recuerdo y la memoria son nuestra identidad. Sin recuerdos no somos nada. Un androide necesita de vivencias, aunque sean espurias o mistificadas, como en el caso de Rachel (la paramnesia de los replicantes). ¿Quién podría vivir sin un pasado? Resulta terrorífico pensar que un día podemos despertarnos y, de pronto, echar de ver que no sabemos quiénes somos. Los replicantes coleccionaban fotografías –Deckard era un replicante, eso huelga decirlo– porque les servían para inventar historias acerca de su vida. Por otra parte, todos tenemos la necesidad de trascender nuestra propia existencia para dejar una huella indeleble en los que nos rodean; todos necesitamos que, a nuestra muerte, se nos recuerde. Ése es el origen de todas las relaciones humanas: la amistad, el amor, el odio... Los sentimientos son los medios que tenemos a nuestro alcance para lograr que las personas que nos sobrevivan guarden un recuerdo de nosotros. Al final, todos viviremos en los recuerdos de nuestros seres queridos, en su memoria o en una fotografía ajada por el paso del tiempo.
Parece que fue el propio Rutger Hauer quien improvisó este memorable sololoquio, o elegía, durante el rodaje, y a Ridley Scott le entusiasmó de tal manera que lo incluyó, pero también parece probado que Rutger Hauer se basó en 'El barco ebrio' de Arthur Rimbaud. Las similitudes son más que evidentes: [ ... y he visto alguna vez, eso que el hombre ha creído ver! / ¡Yo he visto los archipiélagos siderales! y las islas donde los cielos delirantes están abiertos al viajero / Yo sé de los cielos que estallan en rayos, y de las trombas. / ¡Pero, de verdad, yo lloré demasiado! Las Albas son desoladoras, toda luna es atroz y todo sol amargo: El acre amor me ha hinchado de torpezas embriagadoras. / ¡Oh que mi quilla estalle! ¡Oh que yo me hunda en la mar! ].
El test de Voight-Kampff, o test de empatía, que permite comprobar si alguien es humano o replicante en función de sus respuestas físicas y corporales (respiración, rubor, ritmo cardiaco, movimiento ocular) ante estímulos abstractos y emocionales, también aparece en la novela '¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?', y está basado en la prueba de Turing. Las matemáticas de Alan Turing y su trabajo pionero en el campo de la inteligencia artificial vivieron su esplendor en los años 68, con la primera generación de computadoras, pero su test para distinguir a un humano de una máquina aún se sigue usando, como en el famoso protocolo CATPCHA (Completely Automated Public Turing test to tell Computers and Humans Apart; es decir, test de Turing público y automático para diferenciar entre máquinas y humanos). Cabe señalar que en la novela también se habla de otro test, menos fiable: el arco reflejo de Bonelli.
En una sociedad tan disgregada y aséptica y moralmente enferma donde parece que cada individuo hace su vida sin relacionarse apenas con los demás, los replicantes, empero, manifiestan un comportamiento más gregario y social y de hecho actúan como una verdadera familia. Después de todo, la relación de Roy Batty y Pris es la más afectiva y emocional (con su punto de locura), lo que, paradójicamente, hace que empaticemos más con ellos.
La maestría y singular belleza artística de 'Blade Runner' se demuestra en escenas como la de la fotografía pasada por el escáner fotográfico donde Deckard al fin halla, después de innumerables zooms, la prueba que buscaba: el reflejo de un replicante –Zhora (Joanna Cassidy)– en un espejo convexo al fondo de una habitación que reproduce el famoso cuadro 'El matrimonio Arnolfini', de Jan Van Eyck. Es éste también un engaño óptico, un trampantojo, más o menos en la línea de 'Las Meninas', de Velázquez, aunque en la Historia del Arte ha habido infinidad de pintores que han jugado con la perspectiva para engañar al ojo, desde Zeuxis hasta Escher.
Y es que 'Blade Runner' es una película profusa en matices. La partida de ajedrez que disputan el ingeniero J. F. Sebastian (William Sanderson) y Eldon Tyrell (Joe Turkel, el barman fantasmal de 'El Resplandor' que le sirve locura en copas de whisky a Jack Torrance), y que Roy Batty, jugando con las blancas, que están en clara desventaja de dos torres y un alfil, resuelve en un jaque mate (alfil a e7) consiguiendo así el acceso a sus aposentos, es conocida como La Inmortal, y enfrentó a Adolf Anderssen y Lionel Kieseritzky en la ciudad de Londres en 1851. Es inevitable rememorar aquella indeleble secuencia de 'El séptimo sello', de Ingmar Bergman, con la Muerte jugando al ajedrez. El hijo pródigo va al encuentro de su demiurgo como un monstruo de Frankenstein desconsolado y vengativo. Quiere robar el fuego de los dioses, aquél que devuelve la vida a los hombres, al igual que hiciera el titán Prometeo (y el Nexus 6 es un titán). El tablero de ajedrez es su metáfora. Ha conseguido eliminar todos los trebejos y quiere ser el peón que se corone en Reina. En otras palabras, busca la inmortalidad. Pero su creador se la niega con unas palabras que son tan crueles como poéticas.
La luz que brilla con el doble de intensidad dura la mitad de tiempo, y tú has brillado mucho" -Tyrell.
Aunque no le tratan con mucha familiaridad, sino, más bien, con la coacción propia del miedo, entre los replicantes y J. F. Sebastian (que vive en la más absoluta y alienante soledad, tan sólo rodeado por una comitiva de humanoides biónicos a los que considera sus amigos) se establece un vínculo, el vínculo de la fugacidad de su existencia. Y es que Sebastian padece el síndrome de Matusalen, que le hace envejecer a ojos vista.
La importancia de los animales, a los que se considera casi extinguidos, está subrayada en 'Blade Runner', si bien no tanto como en la novela. Gaff, por ejemplo, hace animales de papiroflexia, como una gallina, y J. F. Sebastian tiene un tablero de ajedrez con figuras de animales, sobre todo de aves. También están el búho artificial de Rachel y la serpiente de Zhora, además de las avestruces, animal que ansía comprar el Deckard de la novela en su catálogo Sidney.
Las referencias bíblicas en 'Blade Runner' son abundantes. Hay algunas muy palmarias, como el Creador y el hijo pródigo, la serpiente y el Edén, o el Paraíso perdido, así como la paloma blanca que simboliza el Espíritu Santo, e incluso el citado síndrome de Matusalén. Y luego hay otras más sutiles, como ese clavo que Roy Batty se incrusta en la mano cuando empieza a notar los primeros síntomas de entumecimiento y parálisis (el dolor le hace sentirse vivo), y que bien podría ser una analogía de los clavos de Cristo durante la crucifixión.
'Blade Runner' es uno de esos extraños casos en que un reparto no muy destacado se pone de acuerdo para conseguir la interpretación de su vida. En este sentido, mención aparte merece Rutger Hauer, que nos impresionó a todos con su caracterización del prócer Roy Batty. Su porte hiperbóreo y majestuoso, con esa expresión de melancolía y crueldad, nos ha brindado secuencias inmarcesibles como cuando recita a William Blake o cuando salta el precipicio que le separa de Deckard con una nívea paloma oprimida al pecho, y cuyo vuelo en libertad simboliza la migración de su alma y la liberación del detective. No obstante, siempre se le recordará por su epitafio, por esa célebre frase que todos los amantes del cine conocen de memoria. Después de 'Blade Runner' trabajó en un par de películas de una calidad aceptable: 'Los señores del acero' y 'Lady Halcón'. A partir de ahí, sólo ha intervenido en películas de medio pelo o productos televisivos grises y adocenados.
Sean Young ha tenido una trayectoria paralela. En su caso, ni siquiera se puede decir que participara en ninguna película digna. Su relación con Harrison Ford fuera de la pantalla era pésima y cortante. Se las vieron y se las desearon para filmar las secuencias más románticas, aquéllas que incluían besos.
Harrison Ford ha sido el que ha tenido una carrera más brillante, pero más por el nombre de las películas en las que ha intervenido que por sus interpretaciones. Sin lugar a dudas, Rick Deckard fue el personaje que marcó su vida profesional.
Hay una anécdota curiosa en torno a la ínclita obra de Ridley Scott y la publicidad que en ella se exhibe. Es lo que se conoce como la maldición de 'Blade Runner'. A pesar de que la película ha soportado bien el paso del tiempo (si bien el año 2019 ya está la vuelta de la esquina, y no se parece en nada a como lo describe; más o menos lo mismo que le sucedió a '2001: Una Odisea del Espacio', que se quedó en distopía), las marcas anunciadas en los imponentes globos dirigibles y en las inmensas pantallas de neón sufrieron grandes pérdidas o desaparecieron después de su estreno. Éste fue el caso de Atari, marca puntera de videojuegos por aquel entonces, y para la que trabajaron nombres ilustres de la informática como Steve Jobs o Steve Wozniak, como también de la compañía aérea Pan Am, de Cuisinart, de Bell System, de RCA (Radio Corporation of America), de KOSS Corporation e incluso de Coca-Cola, que poco años después sacó al mercado su nueva fórmula, New Coke, que devino en sonado fracaso.
Y los ángeles ígneos cayeron. Profundos truenos se oían en las costas ardiendo con los fuegos de Oro" -Roy Batty, citando a William Blake.
El éxito a posteriori de 'Blade Runner' motivó que en 1992 apareciera la versión del director, el Director's Cut, con el supuesto montaje final que hubiera deseado darle a la película Ridley Scott si la Warner se lo hubiera permitido. Las diferencias no son muchas, pero sí muy significativas. Por un lado, se suprime la voz en off de Deckard, pero más importante aún que este detalle es el inserto de la secuencia del sueño del unicornio (que, pese a los insistentes rumores que circulan por la Red, no pertenece a 'Legend', la siguiente película de Ridley Scott) lo que, unido al origami que deja Gaff (Edward James Olmos) a la entrada de su apartamento, deja bien a las claras que éste conoce sus recuerdos implantados y que, en consecuencia, Deckard es un replicante. Este Director's Cut también elimina ese último plano happy ending rescatado del ingente metraje de 'El Resplandor' donde se ve, o se intuye, a Rick y a Rachel escapando en un coche a través de una serpenteante carretera que atraviesa los bosques. En esta versión del director la película acaba cuando se cierran las puertas del ascensor, dejando la suerte de sus protagonistas en el aire.
Hay bastante controversia en torno a si Deckard es un replicante, en parte porque Ridley Scott siempre se ha mantenido hermético y renuente a resolver las dudas (aunque, tras tantos análisis y visionados, pocas dudas quedan ya). Como decía, el detalle del unicornio de papiroflexia despeja muchas incógnitas, pero, incluso en el primer montaje hay muchas pistas que, en efecto, nos hacen pensar que Deckard es el más cainita de los replicantes. Aparte de por el hecho de vivir solo, como en un aislamiento o retiro espiritual, y rodeado de fotos, algunas muy antiguas, que decoran su piano, cuando su antiguo jefe Bryant (Emmet Walsh) le informa de que hubo una fuga de 6 replicantes a los que hay que retirar (aunque, añade luego con una mueca sardónica, dos murieron electrocutados al intentar acceder a la Tyrell Corporation) y le asigna el caso, y más tarde vemos cómo van cayendo uno a uno (Zhora, Leon, Pris, Roy Batty), al final faltan dos para completar la lista, y esos dos son, previsiblemente, Rachel y Rick. Pero hay más. En un momento dado, en el apartamento de Deckard, Rachel le pregunta: "¿Te has hecho alguna vez el test de Voight-Kampff?", a lo que él responde con un elocuente silencio. Incluso en el plano visual hay pistas, como ese reflejo rojo que en algún momento aparece en los ojos de todos los replicantes, y más en Rachel.
Como queda dicho, no obstante la importancia que tienen el ojo y la mirada en 'Blade Runner', Deckard no se ve a sí mismo, ignora su condición. Es como un personaje sacado de la tragedia griega (verbigracia: 'Edipo Rey') que desconoce la máxima "Nosce te ipsum". Y las resonancias trágico-helenísticas no acaban ahí: Tyrell es castigado por su hybris, por ese orgullo desmesurado con que trata a su hijo, Roy Batty, quien se convierte a la postre en su Némesis. Ridley Scott juega bien con la confrontación que se establece entre lo que conocen los personajes y lo que conoce el espectador, que aquí dista mucho de ser equidistante.
Una pregunta que podemos hacernos es: ¿por qué Roy salva a Deckard? Ciertamente, no parece que fuera por compasión. Se puede interpretar de muchas maneras, pero yo creo que él sabe que su muerte es inmimente y antes de fenecer quiere tener un confidente (y no tiene otro mejor a mano) a quien contarle lo que ha visto, lo que ha sido, lo que ha vivido, para así sobrevivir en su recuerdo –por muy vicaria y adventicia que sea esta existencia, es la única a la que podemos aspirar– y no desaparecer del todo. Es como gritar a la sorda eternidad: "Yo existí".
Lástima que ella no pueda vivir, pero ¿quién vive?"- Gaff.
Es curioso pensar en cómo las novelas y las películas que se adelantan al futuro aciertan en unas cosas, e incluso van más allá, anticipándose a lo que está por venir con una presciencia asombrosa, siendo sus autores realmente unos visionarios, y cómo en otras muchas desbarran y se quedan atrás. En 'Blade Runner' la ingeniería genética está muy avanzada, como también la exploración y la colonización del espacio, y hay vehículos voladores (spinners) que surcan los cielos de luces, pero, en cambio, las telecomunicaciones están en una fase muy primitiva si las comparamos con nuestra sociedad actual. Nadie tiene un simple móvil, y lo más sofisticado que se puede encontrar es una videoconferencia. La Ley Antitabaco no existe, y como en toda película adscrita al cine negro, fumar es casi un requisito del guión. También es llamativo cómo el tiempo engulle a las creaciones que un día fueron modernas y las vuelve antiguas y ucrónicas. Ya le ocurrió a '2001: Una Odisea del Espacio', cuyas predicciones sobre los viajes espaciales y la inteligencia artificial fueron abortadas por la realidad, con una evolución mucho más lenta de lo que se esperaba, y pronto le ocurrirá también a 'Blade Runner'. Es como la paradoja de Aquiles y la tortuga, lo que yo denomino "ser subsumido por la arqueología del instante".
No podía acabar esta crítica –que más aparece un ensayo– sin hablar de la música que acompaña a las imágenes de esta cult movie. Vangelis compuso para 'Blade Runner' una de las mejores bandas sonoras de la Historia del Cine. Los sintetizadores consiguen envolvernos en una ambientación futurista y en una atmósfera cargada y opresiva, a la par que melancólica. Por otra parte, nunca un saxofón sonó tan bien como en el 'Love Theme' que se oye cuando Deckard está sentado frente al piano con la mirada ausente. El 'End Title' es famoso, entre otras cosas, porque sirvió a Informe Semanal de sintonía. Vangelis y Scott volvieron a juntarse unos años más tarde en '1492: La Conquista del Paraíso' , y, una vez más, el compositor heleno creó una obra sublime. En una edición posterior, al socaire del Director's Cut remasterizado, se incorporaron fragmentos con diálogos de la película y piezas inéditas como la maravillosa 'Rachel's song'.
'Blade Runner' fue un estrepitoso fracaso en su día. Los críticos la vapulearon y el público le dio la espalda. Es el vivo ejemplo de que lo valioso sólo es aceptado años después de su estreno. Hoy en día, ¿quién no ha oído alguna vez aquello de "Los Ángeles, 2019"? Es un exordio casi tan celebérrimo como "En una galaxia lejana, muy lejana". Para quien esto firma, 'Blade Runner' es, sin ningún género de dudas, una de las tres mejores películas jamás realizadas.
Tal derroche de poesía tenía que dar algún fruto. Éste es el poema que compuse en homenaje a 'Blade Runner'.
Unicornio de papel
Lástima que ella no pueda vivir, pero ¿quién vive?
Llamas en los ojos.
El azul relampaguea en la mirada
y la metrópoli se alza fulgurante
como una pirámide maya
o un protervo zigurat
en el fuego perpetuo de la noche.
El sueño acucia al sueño
y el miedo acurruca los temblores
de los dedos.
Y no queda tiempo.
Y no sangran los puños
los amargos clavos del recuerdo.
La muerte está próxima a expirar
y el búho nos contempla
con su ojo biónico, esclavo
de su propio mirar.
Llegada es la hora del lobo,
del ritual de la carne,
del hijo pródigo.
Y llueve.
El mundo se revela
como la cara sucia de un ángel
bañado por la luz oxidada
de la noche elíptica.
Píldoras estroboscópicas,
Coca-Colas y biblias de neón
se inmolan en el furioso altar de la genética,
en el orzuelo fluorescente del ocaso,
en el santuario descarnado
de ese dios de la biomecánica
que fabrica juguetes sin alma
y esqueletos despojados
de la impostura de la carne,
del artificio de la sangre,
del don de la memoria,
mientras la retina inmaculada danza
su consideración intempestiva.
Hay una indigencia suburbana
enamorada de su fealdad,
un cielo mefítico que amalgama
las nubes proscritas
con su ácido secular
y una lumbre de detritos
en el légamo racial.
La felicidad es una colonia exterior.
Los ángeles ígneos han caído ya del cielo
tras su efímera y titánica ascensión.
La luz, esa luz del heliotropo, se bifurca
donde el ojo hipnotiza a la serpiente
y las legañas son escamas sintéticas.
Y no deja de llover.
Quieres recordar tu infancia,
aquella picadura de avispa
o el galápago tumbado al sol,
en el desierto,
patas arriba,
que lucha en vano por enderezarse,
y no la recuerdas. Tus recuerdos,
alguien te lo dijo una vez, son réplicas
exactas de algo que nunca sucedió,
un implante cruel en la memoria
que te devora como la chispa furiosa
que revela el subterfugio de la foto
y su historia apócrifa.
Quid est veritas?
Nihil novum sub sole.
Todo lo que es y se sabe,
o se sabe habiendo sido,
consciente, real, inmanente,
efímero,
se duele de su no ser
o de no haber sido más.
Somos a través del dolor
y sin dolor no seríamos.
Dolor de finitud,
grito, llanto, alarido, aullido,
llaga abierta del destino.
Un bosque de sangre
dentro del ascensor
o un tejado
desde donde dar el gran salto
a lo desconocido.
Inminente.
Aunque estés escondida tras el blanco
mural de los ojos,
puedo oír tu respiración contenida
y ese querer cerrarse de los párpados
develados por el misterio
en la geometría bulliciosa de esta noche
atestada de colores y figuras
y espejos rotos.
Hay animales que reptan
por la morfología brumosa del sueño,
que narcotizan con la impune
sensación del beso la luz convulsa
de los escaparates epilépticos
y que arrancan las uñas
y desgarran la piel
con su balística invidente
de semáforo en rojo.
Don't walk.
Corres, te sacudes las distancias
con el polvo cifrado en los bolsillos
y sales al encuentro de lo que nunca fue,
tú, criatura abandonada,
divina creación expulsada del Edén
que no obedeces la voz tiránica del amo,
ominoso rayo dorado
que te sublevas a ese demiurgo
que te hizo para no durar.
Hybris.
Corres, quieres escapar, robar
el fuego sagrado de los dioses,
ser impermeable, ser inmortal,
pero la lluvia siempre te da caza
sin ninguna deportividad.
La pupila se dilata
y se adensa el iris
en la rojez de sus capilares
y hasta los humanos
–ellos los primeros–
carecen empatía.
Has visto cosas, sí,
cosas que nadie creería,
¿pero qué importancia tiene eso ahora?
A nadie le importa,
porque lo que eres
y lo que has visto
morirá contigo
cuando tus ojos se cierren
y la paloma emprenda el vuelo,
por fin libre.
Muriendo el sol,
mueren los ojos,
muere todo lo que te vio
o lo que fue por ti visto,
la luz convaleciente,
el brillo genuino.
Y mientras vas muriendo,
sin sospechar que nunca estuviste vivo
o qué significa siquiera estar vivo,
se te ocurre que la memoria es tan flexible
como un unicornio de papel
que dobla sus esquinas al tiempo,
y que la muerte, esa muerte
que adivinas entre lágrimas,
esa muerte que se pierde en la lluvia
como un naufragio pirotécnico
o un acertijo inescrutable,
te ha ganado la partida.
Alfil a e7.
Jaque mate.
Secuencia "Tears in rain"
Tags: Blade Runner, Ridley Scott, Philip K. Dick, Harrison Ford, Rutger Hauer, Sean Young, Rick Deckard, Roy Batty, Nexus 6, replicantes, Vangelis, test de Voight-Kampff, Metrópolis, 2001: Una odisea del Espacio.
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Óscar Bartolomé