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Aforismo

Opinión
El presidente Zapatero posa para la foto con algunos de sus ministros.

Paridas, paridades y otras chicas del montón

La formación del nuevo gabinete presidencial suscita muchas reflexiones sobre asuntos que venían cociéndose desde hace un tiempo, pero no es hasta ahora, con esta nueva legislatura que acaba de comenzar, cuando se ha producido su verdadera eclosión. En su afán por agradar a las mujeres, un colectivo otrora desfavorecido y que, no olvidemos, proporciona muchos votos, el jefe del Ejecutivo ha dado un paso más en su peculiar noción de igualitarismo. Desde que fuera investido presidente, Zapatero, el hombre con talante pero sin talento, prometió la paridad entre hombres y mujeres, y para dar ejemplo a las empresas privadas quiso nombrar tantas ministras como ministros. Y con él llegó a la parida.

En primer lugar, designar a una persona para un cargo en razón de su sexo, y no de sus competencias, es sexista y discriminatorio, además de injusto, y para un Gobierno que presume de fomentar la igualdad de oportunidades es cuando menos contradictorio. Actuando así lo único que se consigue es estimular el nepotismo y la elección a dedo, así como negar el mérito en el desarrollo profesional. Esto conduce ineluctablemente a una pérdida de confianza en la importancia de la valía para acceder al mercado laboral, algo que sólo puede acarrear consecuencias nefastas para la mentalidad de una sociedad. Aunque nadie rechace un caramelo cuando se lo ponen en la boca, una mujer que aceptase un puesto de trabajo a sabiendas de que se lo ofrecen no tanto por sus habilidades, sino por cubrir el cupo de mujeres, debería sentirse herida en su orgullo.

De otro lado, todavía estoy preguntándome qué significa la palabra paridad para Zapatero, porque ahora hay más mujeres (9) que hombres (8) en su equipo de gobierno; y si es que cuando hay mayor número de féminas se puede hablar de paridad y cuando son más los varones no. Para aclarar las dudas que pudieran surgir acerca de su significado, el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua define así el vocablo paridad en su segunda acepción, la más usada:

Paridad.
(Del lat. paritas, -atis).
2. f. Igualdad de las cosas entre sí.

Puede que el presidente no sepa contar o puede que al ser un número impar el reparto tenga que caer del lado de la mujer, por eso de quedar bien y parecer muy progre, ya se sabe.

Pero si lo que de verdad quiere Zapatero es que la mujer ocupe cargos relevantes, ¿por qué no poner al frente del Ejecutivo a María Teresa Fernández de la Vega y reservarse él el menos goloso puesto de vicepresidente primero de Gobierno?

Desde luego, eso sería mucho más coherente con el pensamiento de un hombre que se confiesa feminista –valga el dislate–. Asimismo, a nadie que sea un poco observador se le escapa que las carteras ministeriales de más peso, como pueden ser la de Economía o la de Interior, siempre están en manos de hombres, al tiempo que a las mujeres tradicionalmente se les adjudican las de menos fuste, como Medio Ambiente o Educación. Esto se da en todos los gobiernos por igual, sin importar su filiación política.

Para que esta hipocresía no parezca tan evidente, el presidente ha querido dar un golpe de efecto al nombrar a una mujer, su amiga íntima Carme Chacón, ministra de Defensa, un área que parecía reservada exclusivamente a los hombres. Sin embargo, ahora que la mujer tiene cada vez más presencia en el Ejército y se quiere promover su integración en las fuerzas armadas, no es tan sorprendente este giro. Uno entiende que para ser ministro de Defensa se debería exigir como mínimo haber hecho la Mili o conocer los cuarteles militares, tener experiencia diplomática, saber de táctica y de estrategia militar, haber leído tratados tan básicos como ‘El arte de la guerra’, de Sun Tzu, y ‘De la guerra’, de Clausewitz, y proyectar una imagen que infunda autoridad y respeto, algo que con toda seguridad no cumple Carme Chacón, siempre tan sonriente y de buen rollito. Y no porque sea mujer; porque una cosa es la imagen chuli-mega-guay que transmite Carme Chacón –¿sustituirá el tricornio y la cabra de la Legión por el uniforme prenatal como medida de cambio y apertura a los nuevos tiempos?– y otra la imagen de negociadora dura que caracteriza a la secretaria de Estado de EE.UU., Condoleezza Rice.

Pero tal vez eso no sea lo peor. Lo peor, lo más irresponsable, es jurar un cargo que implica tener que viajar de un país a otro cuando estás embarazada y vas a dar a luz en dos meses; porque cuando Carme Chacón salga de cuentas y esté de baja por maternidad, yo me pregunto: ¿quién le relevará en el cargo? Zapatero tendrá que pensar en otro que haga sus deberes, cobrando menos y llevándose la peor parte. Mucho me temo que España va a ser la mofa de muchos países, y la primera carcajada ya ha salido de la boca del inefable Berlusconi, quien amenaza con agarrarse al poder mientras le respete la salud. Ahora habrá que rezar para que a Mohamed VI no le dé por invadir otra isla Perejil.

Y hablando de cobrar, el presidente se ha sacado un as de la manga con ese Ministerio de Igualdad, lo que representa una sinecura en toda regla para la flamenquita Bibiana Aído. Me pregunto qué competencias puede tener esta ministra, y si España es un país tan necesitado de igualdad como para crear un ministerio dedicado exclusivamente a ello. A veces más parece que estuviéramos en África que en Europa. Hasta donde yo sé, aquí no se hacen trueques entre mujeres y camellos. Si lo que pretende con este ministerio es erradicar la violencia doméstica –mal llamada violencia de género y peor llamada violencia machista o sexista–, van servidos, porque sólo el Poder Judicial puede hacer algo por endurecer las leyes contra los maltratadotes, y aun así eso no garantiza nada. Para que no haya más mujeres asesinadas por sus maridos sólo hay una solución: meterse en cada casa y evitarlo; algo imposible a todas luces. Por otra parte, la violencia doméstica no es un problema exclusivamente español, como intentan hacernos creer. Esta violencia hacia la mujer –pero también hacia el hombre, aunque en menor medida– está en todas las sociedades, y más en las subdesarrolladas. De hecho, la mayor parte de los casos que ocurren en España se da entre inmigrantes.

Y para sinecura, el puesto que se ha reservado José Caldera, anterior ministro de Trabajo y Asuntos Sociales, que ahora pasa a dirigir una fundación similar a la FAES, de la que Aznar ha trincado y trinca a manos llenas. Qué contento se le veía en la toma de posesión de los cargos. No es para menos.

Por otra parte, que los ministros cambien de cartera con cada nueva legislatura, como quien salta de flor en flor, no hace sino desacreditarles, pues es imposible que alguien sea experto en todo.

En vista de un reparto que responde al amiguismo –aunque Zapatero, que de tonto no tiene ni una ceja, se cubra las espaldas convocando a profesionales que no militan en el partido socialista– y a cuadrar el balance de sexos –asistimos al triste espectáculo de la política reducida a una cuestión de sexo–, el ciudadano de a pie sólo puede sentirse indignado con que a una secretaria se le exija saber varios idiomas y al presidente del Gobierno, en cambio, le baste con hablar el español y mal.

A pesar de todas estas paridas, al PSOE siempre le quedará el consuelo de que el principal partido de la oposición hace las cosas aún peor, porque que un candidato a la presidencia que ha salido derrotado en dos ocasiones se vaya a presentar una tercera vez sólo puede interpretarse de una manera: en el PP faltan ideas.

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Óscar Bartolomé

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